Alemania prohíbe la instalación de nuevas calderas de gas a partir del 2024 y consigue el efecto contrario: se disparan las ventas

J. Serra BERLÍN / COLPISA

ECONOMÍA

Capotillo

El Gobierno lanza un plan para sustituir los combustibles fósiles y soltar amarras energéticas con Rusia

07 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El peor escenario imaginado hace aproximadamente un año para Alemania no se ha cumplido: las reservas de gas no se agotaron durante el invierno y se encontraron alternativas —aunque caras— al combustible que suministró Rusia hasta que cortó los envíos a través del gasoducto Nord Stream. Primero, por decisión de Moscú; luego por el sabotaje no aclarado que inutilizó sus dos conductos.

Pese a la subida de las facturas energéticas, los alemanes no pasaron frío. Pero ya en abril, en los informativos y en el debate ciudadano el tema principal de conversación sigue siendo la calefacción. El ministro de Economía y Protección del Clima, el ecologista Robert Habeck, artífice de esa independencia acelerada respecto al petróleo, el gas y el carbón ruso, ha lanzado un plan para sustituir la calefacción de gas o petróleo por otros sistemas de climatización que usan energías limpias. Para ello, a partir del próximo año quedará prohibido instalar nuevas calefacciones de gas, de acuerdo a los planes del Gobierno.

La alarma ante esa medida es tal que ha generado exactamente el efecto contrario a lo que se proponía. De pronto, los propietarios de viviendas unifamiliares o de pisos con viejas calderas se han apresurado a adquirir modelos algo más modernos, pero igualmente a gas o petroleo, antes de que en unos meses ya no haya posibilidad de hacerlo.

La sustitución de las viejas calderas con energía fósil por las que utilizan renovables costará unos 9.000 millones de euros anuales a los ciudadanos hasta el 2030, según estimaciones internas del ministerio de Habeck, filtradas por el semanario Der Spiegel. En 15 años habrán rentabilizado la inversión. Pero, hoy por hoy, son muchos los hogares atenazados por la inflación que no pueden permitirse el coste de la transición a la energía verde, por ejemplo con la instalación de sistemas de aerotermia (bombas de calor).

Así las cosas, la calefacción sigue acaparando portadas y titulares de los informativos alemanes, pese a la llegada de la primavera. Llueven las críticas sobre un ministro al que en invierno se entronizó porque logró seguir llenando los depósitos del gas, pero al que ahora se ve como un aguafiestas, obsesionado en una transición verde impagable para muchos ciudadanos.

Crispación social

Pese a que los principales institutos económicos del país coinciden en que hay muchas probabilidades de que el país esquive la temida recesión o que si cae en ella sea corta y de poca intensidad, con una recuperación rápida tras el verano, en Alemania se respira una crispación desconocida desde hace años.

No se refleja en caos o rabia, como en la vecina Francia, con sus virulentas protestas contra la reforma de las pensiones. Sino que es una crispación que va cociéndose a fuego lento, en medio de proceso de precarización laboral. Alemania es un país rico, en lo que se refiere a su poderío industrial. Tiene un mercado laboral saneado y un índice de desempleo bajo (5,7?%). Sin embargo, unos ocho millones de personas trabajadoras lo hacen en régimen de minijob (subempleos) o de jornada reducida. En la mitad de los casos, no por voluntad propia o para conciliar, sino porque no encuentran nada mejor.

La inflación añadió leña al fuego. Aunque el IPC descendió en marzo, cuando se situó en el 7,4?%, medio punto por debajo del mes anterior y tres menos que en el pico de octubre, la caída se debe básicamente a la moderación de los precios de la energía respecto al subidón de hace un año por el comienzo de la guerra. Pero la presión sobre la cesta de la compra sigue en aumento: los alimentos se encarecieron un 22,3?%.