
No da tregua la inflación. Mal enemigo para el bolsillo del ciudadano y peor pesadilla para su ahorro (el que lo tenga). Lo saben bien en Alemania. Desde la República de Weimar y el horror que vino después. Y es ese miedo atávico que mora en el corazón de los halcones germanos que anidan en el BCE el que ha impreso velocidad y agresividad a las subidas de tipos para combatirla. Van cuatro desde julio. Y hoy llegará la quinta.
Sube el precio oficial del dinero, pero no lo hace al mismo ritmo —ni de lejos— lo que le pagan a los clientes por el suyo los bancos, remolones en eso de volver a remunerar los depósitos. Así que no queda más remedio que buscar otro árbol al que arrimarse en busca de cobijo.
Lo de la bolsa es, digamos, que terreno resbaladizo. Sobre todo si uno es conservador a la hora de invertir. Si se es más de nadar y guardar la ropa, para entendernos. Algo muy común en los pequeños ahorradores españoles. Si ese es el caso, la deuda pública es un buen clavo al que agarrarse. Sobre todo ahora que su rentabilidad ha aumentado gracias precisamente a esa subida de tipos que tantos disgustos está dando, sin embargo, por el lado de las hipotecas. De ahí el furor por las letras del Tesoro que se respira estos días. Cierto es que colocar el dinero en ellas no le da a uno para tapar el agujero que le ha hecho la inflación al ahorro. Con cifras, para que se entienda mejor: en la última subasta se emitieron a un interés de 2,198 % (las letras a tres meses) y el último IPC conocido, el del mes pasado, revela un alza del 5,8 %. Claro que, menos da una piedra. Ahora, que si lo que se persigue es ganarle el pulso a la inflación, lo de invertir en activos que financian el gasto del Estado no es lo suyo. Para eso hay que arriesgar.