Adriana Domínguez: «Este oficio es como una selva»

Sara Pérez Peral
Sara Pérez LA VOZ

ECONOMÍA

MIGUEL RIOPA

La consejera delegada de Adolfo Domínguez lidera la transformación de la empresa bajo los valores que interiorizó entre telas hace 40 años, cuando acudía con sus padres a la fábrica

07 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Adriana Domínguez (Ourense, 1976) comparte edad con la empresa que dirige desde hace cuatro años. Han crecido de la mano. Tanto es así, que todavía se equivoca cuando conduce hasta la fábrica y, en un acto reflejo, va directa hacia la antigua nave, que fue devorada por las llamas en 1991.

—Dice que se independizó a los 8 años.

—Sí, me fui interna a otro país. Me dejaron en el colegio y lo siguiente que supe fue mirar para atrás y ver cómo mis padres se estaban yendo en un coche rojo. Y yo decía: no se han despedido. Volví a casa a los 16. Mi padre planificó muy bien mi educación, no fue algo espontáneo. Nos diseñó a las hermanas una educación bastante marcial: eran dos años en Inglaterra, dos en Suiza, dos en Alemania y otros dos en Inglaterra.  

—Esa autonomía le habrá ayudado a tomar decisiones.

—Creo que te enseña a adaptarte, la flexibilidad, la capacidad de cambio y de estar cómoda en entornos incómodos. Y humildad.

—Hace poco tomó una de esas que son difíciles.

—A nivel profesional somos un equipo que llevamos cuatro años reflotando la empresa. Y son decisiones que se toman en equipo. A nivel privado, la procesión va por dentro. Esta mañana [la del 21 de abril] le comenté al equipo que había tenido un sueño. Soñé con una persona que no está ahora mismo en la empresa. Todo esto tiene un coste emocional. Conozco a mucha gente desde hace mucho tiempo. Al final, las empresas son como familias. Es muy difícil deshacer lazos.

—¿Cómo sabe que es la correcta?

—Uno siempre se puede equivocar. Yo creo mucho en las decisiones colegiadas. Mi puesto está para liderar, pero procuro utilizarlo solo cuando no hay consenso. Si lo hay, prefiero que salga del equipo.

—¿Piensa en su padre en esos momentos? ¿Y en sus abuelos?

—Sí, cuando viene un golpe como el que estamos teniendo con el covid-19 a mí me da fuerza saber que mis abuelos pasaron una guerra y una posguerra. Me da fuerza saber que a mi padre le ardió la fábrica y la reconstruyó de cero. Y digo: ¿mi generación tiene que ser a la que no le toca hacer nada? ¿Que lo tiene todo fácil? Siempre pasan cosas.

—Hace años dejó la interpretación para convertirse en una mujer de negocios. ¡Menudo cambio!

—Esta empresa no es de tornillos. Es de moda. Y es muy creativa. Y también creo que gestionar una empresa es un ejercicio muy creativo. Dicen que si vas por el camino y está hecho, es que es de otro.

—Compartió escenario con Robert De Niro.

—Rodamos en España. Él era un arzobispo y yo era una novicia. Él se comportó estupendamente. [Risas] Me habló de la pintura de su padre, que era pintor. Acababa de morir y estaba un poco triste. Es un hombre muy humano y reservado. Se cierra al equipo, pero es muy abierto con los actores. Pasé bastantes tardes con él.

—¿Mantiene el contacto con ese mundo?

—Tengo amigos de aquella época, gente que sigue ejerciendo. El de la interpretación es un oficio por el que la gente siente mucha pasión y lo mantiene toda la vida. No como he hecho yo, que he sido una descreída y me he lanzado a la moda.

—¿Recuerda su primera prenda de Adolfo Domínguez?

—Sí, sí. Tenía como nueve años. Mi madre nos hizo a las hermanas unos pichis que no se parecían en nada a ropa infantil. Hasta nos paraban por la calle.

—¿Tenemos que comprar menos ropa?

—No hay que verlo de forma restrictiva, de decir menos, sino mejor. Lo barato te sale caro. Mi padre tiene jerséis de hace 30 años y no tienen ni una bola. 

—¿Cómo es trabajar con sus hermanas?

—Tiene cosas muy positivas. Entendemos la marca de la misma forma, no hay lucha interna. Es muy fluido. Tiziana y yo tenemos una relación fácil, nos llevamos 9 años. Yo soy la mayor y ella la pequeña, y hay una en medio. Y las liantes siempre son las del medio. [Risas] También nos llevamos muy bien. Valeria forma parte del Consejo de Administración. Las dos [por Tiziana] tenemos sentido comercial y muchísimas lealtad por el proyecto, muchísima. Es lo que más valor aporta, el elemento familiar a una empresa. Una familia aporta visión a corto medio y largo plazo.

—También trabajó en la línea de perfumes de la empresa.

—Cuando eres una empresa familiar, en la mesa de la comida se habla de todo. Si había que testar perfumes, aterrizaban en la mesa. Y resultó que yo tenía buen olfato. Era la que mejor olía. Me fueron reclutando para ese proyecto.  

—¿Qué perfume utiliza?

—Muchas veces no uso, pero me gusta la mimosa y el azahar.

—Tiene raíces familiares con otras empresas textiles de Ourense de mucho éxito. ¿Guarda un lugar en su armario para esas firmas?

—La historia de mi familia no es una guerra en absoluto, es una historia de éxito que yo creo que ni nosotros nos explicamos. Yo me siento muy orgullosa de mis tíos y de mis primas, pero no me visto de ellos sencillamente porque me he vestido siempre de esta casa. También por comodidad. No soy una persona que vaya mucho de compras. Este trabajo no me deja tiempo para nada. Mi armario es monotemático, solo tengo una marca. Es un concepto de moda que no se mueve tanto. Yo me muevo mucho internamente y no puedo gestionar más movimientos.

—¿En qué se parece a su padre?

—Físicamente me parezco. Y en gustos. Mi padre es muy melómano y yo toco el piano. Cuanto más difíciles se ponen las cosas en la economía, más toco el piano. Últimamente estoy hecha una máquina.

—¿Cómo desconecta del trabajo?

—Saco malas hierbas del jardín. Me pongo de rodillas y empiezo: venga fuera, fuera, fuera… A mí me ayuda tocar la tierra. Y de eso me doy cuenta porque yo he crecido aquí. La huerta la hago yo. Necesito descargar: música y huerta. 

—¿Cómo se describiría?

—Soy bastante informal dentro de la formalidad. Y humanista. Soy bastante idealista también.

—¿Cómo ha cambiado en 10 años?

—Me he casado, he tenido un hijo y dirijo una empresa. Han sido años intensos. Una vez más, la humanidad de haberte pegado unos cuantos golpes. Mi vida era más fácil y menos expuesta al fracaso. Es como una selva estar en un oficio como este. Es un lugar muy expuesto y no sé si te genera una nueva personalidad, pero sí te da callo. Te hace mucho más grueso el pellejo. 

—Canta, baila y toca el piano. ¿Cuál es su asignatura pendiente?

—El circo. Mi hijo está en lista de espera. Hablo de saltar muy alto y de volar. Al final es volar.

—¿Es feliz?

—Es como la bolsa, a ratos. Subidas y bajadas. Pero me he dado cuenta de que lo que me hace feliz es compartir una ilusión con un grupo. Con todo lo difícil que está siendo este momento, cuando estas con un grupo y todo el mundo va hacia el mismo sitio y cree en lo mismo, es un subidón increíble. Y eso es felicidad también.