El ministro de Visa alegre

m . m. REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

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Mientras los preferentistas veían evaporarse los ahorros de toda la vida, él se gastó 99.000 euros en caprichos

24 feb 2017 . Actualizado a las 08:12 h.

Quizá sea Rodrigo Rato (Madrid, 1949) una de las figuras -si no la que más- que mejor ilustra lo acontecido en España durante aquellos años dorados que precedieron a la gran crisis. En los que, incautos todos, creíamos oro todo lo que relucía. Años en los que los más listos de la clase -adorados en público y en privado- sacaban pecho y presumían de lo bien que se estaban haciendo las cosas y de lo mucho que mejoraba el país.

En aquellos días de vino y rosas a Rato, vicepresidente económico de Aznar, se le conocía como el ministro del milagro económico español. A él se le atribuía el mérito de casi todo lo bueno que le pasaba al país y a su lustroso crecimiento.

Y su marcha al Fondo Monetario Internacional en el 2004 -apenas tres meses después de las elecciones y después de perder ante Rajoy la carrera por la sucesión de Aznar- no hizo sino acrecentar aquella leyenda de gran gestor.

Pero, poco -más bien nada- queda de aquel halo en el que gustaba de envolverse el exvicepresidente. Tornado ahora en tufo judicial.

Y es que, aquellos maravillosos años dejaron paso luego a otros mucho más lúgubres. Con el país arrasado, al borde de la quiebra. Esos nuevos tiempos dejaron al descubierto muchas vergüenzas. Demostraron que aquellos listos de los años dorados no lo eran tanto (o sí), ni lo sabían todo.

Lo que sí sabían era gastarse alegremente el dinero de otros. Y llevar a la ruina con sus desmanes a una entidad cuyo multimillonario rescate tuvimos que sufragar luego todos.

Del FMI salió casi sin dar explicaciones. No suele hacerlo. Él es más de órdenes. Se fue, dicen, porque su joven pareja no se adaptaba al ambiente de Washington. El suyo fue un regreso triunfal. El del hijo pródigo.

Llegó, destronó a Blesa de su cortijo -el jiennense es muy de cortijos- y se hizo con las riendas de Caja Madrid, convertida después en Bankia y puesta de largo en Bolsa para desgracia de Rato -también está imputado por ese despropósito- y, sobre todo, para la de miles de accionistas y preferentistas.

Mientras estos últimos veían evaporarse los ahorros de toda la vida, Rato se pegaba la vida padre. Se gastó 99.000 euros en caprichos. Aquellos a los que está acostumbrado el exministro desde la cuna. Que para eso es hijo de una acaudalada familia asturiana. Ahora esos dispendios a costa ajena (la de los contribuyentes) lo han puesto con un pie en la cárcel. Una imagen esta que eclipsaría, claro, a la de su detención en abril del 2015. Por que esa es otra, al exdirector del FMI se le acumulan los escándalos y las causas judiciales. Hacienda lo acusa de haberle escondido más de 14 millones de euros. Cualquiera lo diría escuchando lo que decía de los defraudadores cuando era vicepresdente.