Irlanda se prepara para ceder parte de su poder económico a autoridades foráneas tras dejarse arrastrar por los pilares en que se sustentaba: el ladrillo y los beneficios fiscales
21 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.Pese a la frialdad de los números que la componen, la economía tiene un elemento vital que la hace impredecible: el sentimiento, un factor tan común como peligroso en los mercados financieros. Basta ver cifras como la prima de riesgo, que es el indicador que mide cuánta confianza generan las cuentas de un Estado. Y la irlandesa lleva días disparada por encima de los 550 puntos básicos (es decir, más de un 5% de diferencial sobre el referencial bono alemán, un nivel exageradamente alto), solo por detrás de la escandalosa Grecia. Esta trastocada economía se encuentra en serio peligro de quiebra, sobre todo, porque genera cada vez más desconfianza en lo que respecta a su solvencia.
¿Y cómo ha llegado Irlanda, una de las economías más prósperas de Europa con crecimientos superiores al 7% en su PIB, a esta situación? Fundamentalmente, debido a las considerables grietas que registran sus pilares de crecimiento durante la crisis: la fiscalidad y el sector inmobiliario.
En primer lugar, Irlanda creció sobre una atractiva política fiscal para las empresas que, con gravámenes del 12,5%, supuso un potente atractivo para la inversión extranjera frente a otros países. Eso sí, al alto precio de recortar sensiblemente los ingresos de las arcas públicas, y más ahora con la caída de la actividad y las exportaciones.
Además, el llamado tigre celta registró un desmesurado crecimiento del mercado inmobiliario, cuya burbuja reventó al unísono con la de la crisis. Como era de esperar, esto tiene un fuerte efecto sobre el sector financiero. Aquí se enmarca el profit warning del Banco de Irlanda -del que el Estado posee un 36%-, que estima un 40% de caída en sus beneficios para este año.
Déficit y paro
Esta crisis produce la confluencia de factores comunes a cualquier economía en apuros: un déficit público elevado, superior al 30% este año, un PIB en caída -que en el segundo trimestre se redujo un 1,2%- y una elevada tasa de paro del 13,6% sobre su población activa.
La estrategia de Irlanda para luchar contra la crisis y, sobre todo, el fallido intento de rescatar a su sector bancario con una inyección de 50.000 millones de euros, es lo que puso en marcha a los equipos de rescate. A esto hay que añadir que hasta finales de semana mantenía su negativa a ser rescatada, lo que tensionaba aún más los mercados.
¿A qué se debe la premura de la UE por iniciar el rescate y el rechazo de las ayudas por parte del Gobierno irlandés? Se trata de una doble cuestión, de confianza y soberanía. Por un lado, se ha producido un importante cambio cuando hace menos de un año el rescate de un país era un escándalo inasumible, y ahora son las propias autoridades las que inician, motu proprio, el salvamento financiero, en aras de la confianza en la eurozona y la estabilidad (y credibilidad) de su moneda.
Sin embargo, parece comprensible el inicial rechazo irlandés, pues nace de la pérdida de soberanía económica que supone para cualquier Estado un rescate, una cesión que se debe sumar a la que ya asumió cada país miembro del euro con la renuncia a su política monetaria a favor del BCE.
Los pasos siguientes
¿Abre este rescate las puertas a acciones similares, casi por la fuerza, en otros países? Si así fuera, estaríamos cometiendo un error de bulto por el que se dejaría a discrecionalidad de autoridades supranacionales la soberanía financiera nacional, con la única justificación de una confianza en Europa y su euro que, hoy por hoy y vista la alta volatilidad de la moneda única, no termina de cuajar.