Farias con aroma inglés

ECONOMÍA

La venta de Altadis a Imperial Tobacco completa la transformación de una empresa que vivió una etapa de gran esplendor en su factoría coruñesa de A Palloza

22 oct 2007 . Actualizado a las 02:00 h.

Mal que le pese a la ex ministra de Sanidad Elena Salgado, el tabaco fue durante muchos años, junto con la actividad portuaria, el principal sustento de la actividad económica de A Coruña.

Desde que Cristóbal Colón importara de su primer viaje a América la planta, A Coruña fue uno de los principales -y de más calidad- productores de tabaco de España.

Al abrigo de esta actividad surgió un colectivo, el de las cigarreras, que en pleno siglo XIX suponían un ejemplo de modernidad, ya que facilitaban la inserción de la mujer en el mercado laboral -eran mayoría, de hecho- y les daba un poder que conservaron durante décadas.

Los puros liados con las manos de las cigarreras coruñesas alcanzaron fama mundial. El edificio de la Fábrica Nacional de Tabacos, instalado desde 1802 en el complejo que antes ocupaba la sede de los Correos Marítimos para las Colonias, se convirtió en un ejemplo de productividad y calidad de sus cigarros.

Con ese prestigio, las cigarreras coruñesas sobrevivieron al paso de los años y a las distintas reconversiones industriales que iban transformado el proceso de manufacturado, sustituyendo la habilidad manual por precisas máquinas.

Cada puro tenía su historia. El edificio de A Palloza se convirtió en un germen del sindicalismo, con figuras de la talla de Severino Chacón que han sobrevivido al paso del tiempo por sus obras en la ciudad coruñesa.

Sin embargo, los días de esplendor de la Fábrica de Tabacos empezaron a apagarse a medida que la entonces empresa nacional, Tabacalera, iba cambiando su filosofía.

La privatización de la compañía supuso una primera puntilla. El descabello llegó con la fusión de común acuerdo de Tabacalera con la compañía francesa Seita, antes del cambio de siglo, para dar lugar a Altadis.

El hoy consejero delegado de Inditex, la empresa gallega con mayor presencia internacional, Pablo Isla, fue el encargado de echar el candado a la mítica factoría coruñesa. Lo hizo en el año 2002, el 21 de diciembre, unas horas antes del sorteo de Navidad. La sentencia que dictaminaba el cierre databa de dos años antes y había sido suscrita por los sindicatos bajo promesas de recolocación para el grueso de los ochocientos trabajadores afectados por el cierre de la factoría coruñesa.

Dura batalla legal

En medio, una dura batalla legal entre el entonces alcalde, Francisco Vázquez, y Altadis, acabó primero con una expropiación forzosa y luego con un acuerdo extrajudicial que permitió a la multinacional francesa un importante beneficio por la urbanización y venta del grueso de la céntrica parcela. A cambio, el Ayuntamiento impuso la edificación de unas 180 viviendas de precio tasado.

Ahora, mientras el aroma de los puros suena ya a pasado en A Coruña, los trabajadores de Altadis reviven una vieja pesadilla con la amenaza de nuevos cambios bajo el dictado de Imperial Tobacco, la gran multinacional del sector que acaba de lanzar su particular órdago por la empresa hispanofrancesa.

El reloj de A Palloza sigue parado. Las factorías sintonizarán a partir del próximo otoño la hora del Big Ben.