La Rapa más íntima de Sabucedo

Rocío García Martínez
Rocío García A ESTRADA/LA VOZ.

DEZA

Cuando el foco mediático se apaga los vecinos emprenden el recuento, saneamiento y gestión de sus caballos

06 jul 2010 . Actualizado a las 12:03 h.

Cuando los turistas desmontan sus tiendas de campaña y las televisiones reducen la presión mediática sobre el curro de Sabucedo, los vecinos de la parroquia estradense celebran la Rapa más auténtica. La más sentida. El sábado se peinaron los montes del entorno localizando las reses y conduciéndolas a un gran cierre en el que esperan su turno de identificación, rapa y saneamiento. Los animales de la manada del Santo -los descendientes de las dos bestas ofrecidas a San Lorenzo por su protección frente a la peste- se rapan en los turísticos curros del sábado y del domingo. Sin embargo, la mayor parte del trabajo de los particulares queda para el lunes. Es entonces cuando las familias de la zona revisan y seleccionan su ganado.

La procesión empieza temprano. Casi antes de que salga el sol. A las seis y media de la madrugada la familia Obelleiro ya está de camino al enorme cierre comunal donde los animales permanecen desde el sábado. En Sabucedo, el apellido Obelleiro lo lleva más de media parroquia. Por eso siempre se precisa aclaración. Estos Obelleiro son os Marcelos , la saga de Marcelo Obelleiro Castro. Al monte suben tres generaciones de Marcelos . El patriarca es Fernando Obelleiro, que a sus 82 años patea el monte como un muchacho de treinta. Le acompañan sus hijos Nando y Carlos con su primo Carlos Obelleiro y sus nietos Manuel, Martín y Sara. Los chavales fichan a sus amigos para colaborar en el duro trabajo, al que hace años que se ha sumado Marcelo Vidal como hijo político del patriarca. Su compañera, Socorro, no ha podido subir este año al monte. «Botámola de menos. Ela é das que máis corren», explica Fernando Obelleiro.

La subida al monte comienza a la luz de los focos. Los caballos se conducen a un pequeño curro privado. Es la hora de tomar decisiones. Una ley no escrita dice que todos los garañones son del Santo y el sentido común aconseja que solo haya uno por cada medio centenar de yeguas. «Só pode haber un por cada 40, 50 ou 60 bestas, senón vanse atomizando os grupos», explica Carlos Obelleiro. Por eso los potrillos machos no pueden devolverse al monte. Los más prometedores son comprados por la asociación Rapa das Bestas para convertirlos en garañones. El resto es preciso venderlos. De lo contrario, habrá que deshacerse de ellos. Las potrillas de menos de un año se devuelven al monte con sus madres con una señal que las identifica. Las de más de un año se marcan a fuego para poder identificarlas de lejos. «Esas están salvadas», explica Carlos. A sus propietarios no les hacen falta marcas. Ponen nombre a cada besta y las conocen de lejos. Pero el monte es vasto y a veces hay que pedir ayuda. La marca de los Marcelos es un ancla. Cualquier ancla al galope, es suya sin duda.