Tiene razón Guardiola. El actual Barcelona es el mejor del mundo, a la contra. El problema para el diseñador del gran Barça es que, aun sabiéndolo, fue incapaz de ponerle remedio. Al cuarto de hora, tres contras y dos goles. Asunto zanjado para un conjunto que no necesita mucho más, porque, entre otras cosas, tiene más poderío ofensivo que nadie, un trío que solo necesita que alguien les acerque el balón en condiciones aceptables y un poco de espacio. Así fabricó dos goles en los que intervinieron, en el mismo orden, Messi, Luis Suárez y Neymar. Entre los tres resolvieron la eliminatoria.
Algún mal intencionado podría interpretar que dos años atrás, el mismo duelo se saldó con un contundente 7-0 para el Bayern; desde entonces, además de la inclusión de Neymar y Luis Suárez y la dosificación de Xavi, lo más sustancial es el cambio de bando de Pep Guardiola, el único protagonista zarandeado en ambas ocasiones. Tan cierto como injusto señalar a un técnico que ha llegado a la semifinal con una plantilla tocada, con más intención que mimbres. El Barcelona de entonces era un proyecto agotado, con un Messi sin fuelle y un grupo saciado por el éxito. Neymar y Luis Suárez lo han revitalizado, aún a costa de sufrir en exceso en defensa y reducir la trascendencia del centro del campo. El Barcelona arranca en un par de guardametas que están a gran nivel (Ter Stegen o Bravo) y acaba en un trío demoledor, en tres jugadores que reducen el poder de decisión de Luis Enrique a transformar el resto del grupo en meritorios de lujo, a costa, incluso, de hacer creer al mundo que a Iniesta se le ha esfumado el talento. Práctico, pero poco generoso.