Las bolas envenenadas del críquet

antón bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

DINUKA LIYANAWATTE | Reuters

Un jugador y un árbitro mueren en los últimos días por pelotazos durante los partidos

01 dic 2014 . Actualizado a las 10:11 h.

«Fue una fatal casualidad, un accidente rarísimo. En este deporte solo hay un precedente y en el mundo, cien casos conocidos de este estilo», comentaba el pasado viernes el doctor Peter Bruckner, del equipo de críquet de Australia del Sur, para explicar el fallecimiento de Phillip Hughes, que había sido alcanzado en la cabeza dos días antes por la pequeña pelota que rige este popular juego. La bola recubierta de cuero y de unos 165 gramos salió de la mano de Sean Abbot a 135 kilómetros por hora, recorrió los pocos metros que la separaban de Hughes e impactó en la parte lateral del cuello del joven jugador de 26 años, justo la única que no está protegida por el casco obligatorio que lucen sobre la hierba. «Se fracturó el cráneo y eso le afectó a la arteria vertebral, lo que desencadenó derrames masivos en el cerebro. Los jugadores de críquet reciben muchos pelotazos en la cabeza, pero la mayor parte, insignificantes», señaló Bruckner.

Solo 24 horas después de que Bruckner detallase cómo un pequeñísimo objeto de seis centímetros de diámetro impulsado por la fuerza de un brazo había acabado con la vida de una estrella del críquet, la tragedia volvía a cebarse con este deporte. Hillel Oscar, un árbitro israelí, ex capitán de la selección de ese país, moría tras recibir un pelotazo en la cara. El caso permanece aún bajo investigación policial. Los inspectores tratan de determinar ahora si el impacto fue premeditado o se trata de otra extraña fatalidad -todo apunta hacia esto último-, ocurrida a miles de kilómetros de distancia de la de Hughes y con apenas dos días de diferencia. «El que sea un objeto tan pequeño aumenta la presión sobre la zona en la que golpea, es el denominado efecto bala», destaca el doctor Edouard Ferdinands de la Universidad de Sídney, quien agrega: «La gente piensa que es solo una pelota, pero eso es una ilusión».

Sin protección en el rostro

Al estar más apartados de la acción durante los partidos, los árbitros no llevan un casco de protección -con máscara incluida- en la cabeza, por lo que es más fácil que una bola perdida les pueda dar, aunque, habitualmente esta clase de accidentes no implican impactos directos y lo suficientemente fuertes como para que ni siquiera una persona pierda el conocimiento. De todos modos, no es la primera vez que un juez pierde la vida en el campo.

Estos incidentes han reabierto un debate sobre la seguridad en el críquet, un deporte que inspiró al béisbol y que cuenta con miles de millones de seguidores en todo el planeta. Aunque los expertos se inclinan a pensar que se ha tratado de hechos puntuales, que no tienen correlación con parámetros objetivos como la mayor velocidad con la que se lanza la pelota o la composición de la misma que apenas ha variado con el paso de la años y sigue estando recubierta de cuero y teniendo un corazón relleno de corcho, goma y cuerdas. Además, el nivel de protección de los jugadores se ha ido incrementando paulatinamente con el paso de los años y hoy llevan resguardados, los brazos, las piernas y las manos (en el caso de los bateadores). Con estos datos encima de la mesa, todo parece encaminarse hacia un mal requiebro del azar.

Sin embargo, la muerte de Phil Hughes sí que ha puesto en entredicho la legalidad de los lanzamientos con bote alto dirigidos a la cara y al cuello del bateador. Son movimientos intimidatorios que hace el lanzador y que no persiguen eliminar del juego a ese bateador -esto lo conseguiría derribando los palos que se posicionan detrás de él-, sino despistarlo. Un lanzamiento de este tipo fue el que derribó al bateador australiano la semana pasada y finalmente lo llevó hasta la muerte. Para los puristas, quitarlos significaría acabar con la esencia del críquet que, pese a que no lo parezca, encierra ese componente agresivo. «Tú debes intimidar al rival. Ha sido parte del juego durante mucho tiempo y me gustaría que permaneciese así», comentó cuestionado al respecto el lanzador australiano Stuart Clark. «Si acabas con esto, se eliminaría la combatividad natural que existe en el críquet», destacó también su compatriota Matthew Hayden, una las figuras del críquet, que se opone frontalmente a una modificación de la normativa.

Tampoco semeja que de momento se piense en incorporar nuevas zonas de protección a los cascos que se ponen los bateadores, porque, según indican los propios jugadores, eso limitaría los movimientos de su cabeza y podría ser incluso más peligroso para ellos. En un deporte de tradición, que se solidificó en Inglaterra hace más de cuatrocientos años y que luego se fue expandiendo a las colonias del imperio británico, y que hoy rivaliza en número de seguidores con el fútbol, cada cambio va con pies de plomo, con el reposo que da una prolífica historia.