Un Flaco para las pulgas «culés»

Pablo Gómez Cundíns
Pablo Gómez REDACCIÓN

DEPORTES

Entrenó al Barça entre Udo Lattek y Venables y, ahora, a falta de otro desgarbado (Cruyff), el equipo catalán sopesa su fichaje para recuperar los valores perdidos.

30 ene 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

Hace un cuarto de siglo, su concepto del fútbol levantó una Copa del Mundo. Fue el comienzo del fin. Dejando a un lado a Griguol y su tercera vía sin frío ni calor, si Bilardo representa la derecha balompédica y el sometimiento del futbolista a la táctica, César Luis Menotti se sitúa en el extremo opuesto: el gol para quien lo trabaja. Antes que El Flaco está su filosofía del fútbol. Concibe el deporte como un espectáculo para entretener al hincha. Para ello, hay que jugar bien. Si se consigue, los buenos resultados llegan solos. Esto condiciona su vida y obra. Dos frases suyas, reveladoras: «Los grandes jugadores son como poetas, generadores de alegrías y tristezas universales» y «entrenar puede cualquiera; enseñar, somos muy pocos; hay entrenadores que jerarquizan la profesión y otros que la destruyen, que nos hacen avergonzar de serlo». Otro de los técnicos-maestros aceptados por el argentino es otro Flaco: Johan Cruyff. Pero la existencia de Menotti no tendría sentido sin la figura de Carlos Salvador Bilardo (que postula ganar a cualquier precio, aun jugando mal), en cuyo vestuario colgaban imágenes suyas para irritarlo, tal es la fricción entre ambos. Por el momento, empate técnico: un Mundial para cada uno. Por eso, el debate es eterno. Pero César Luis va más allá de su ideología. Por eso, Gaspart le recuerda para el banquillo del Barcelona. Por eso, y porque fue el único de los últimos entrenadores culés que no fue despedido, sino que se marchó voluntariamente. Sin embargo, los críticos del sudamericano son muchos. Su edad (65 años) y el teórico desconocimiento de la Liga son los argumentos esgrimidos. Lo primero, a pesar de su lucidez, es indefendible. Pero la ignorancia de la realidad azulgrana no es tal. Ha seguido todos los partidos por televisión, califica al Barcelona de «un equipo sin alma que ha perdido el vínculo con su afición» e incluso se permite opinar sobre Riquelme y Saviola. De Román dice que «es como Zidane, un estratega con movilidad, gol, técnica y que maneja bien los tiempos del equipo». A Javier le define como «un delantero con gol y muchísimo talento, que a veces, recuerda a Romario». Al Barcelona le quedó una espina clavada con Menotti, aunque se le escapó la Liga teniendo a Schuster y Maradona (ganó la Copa del Rey y la de la Liga, aunque la reina de las competiciones fue para Clemente, más cercano al bilardismo ). Al argentino, también. Tras ser despedido de su propia casa (Rosario Central) hace medio año, afirmó que nunca volvería a dirigir en su país y que le gustaría regersar a la Ciudad Condal «para lograr algo grande». Nada dijo de su experiencia en el Atlético, tras la que Gil le espetó: «Es un estafador, y lo que es peor: argentino». Para mostrar a Menotti hay que hurgar en su alma. A base de opiniones. Las suyas, y las de su prójimo. Si termina quedándose, Valdano (que también jugó con Bilardo) no estará huérfano. Y recordará aquello de «hasta conocer a César Luis, todos los entrenadores me hablaban de cosas técnicas y, en cambio, él me hablaba de lo que yo sentía». Esa fue una de las innovaciones del Flaco. En su primera reunión con Núñez, el presidente del Barça casi solicita un traductor. Menotti le hablaba de «urgencias históricas, la zona y el achique de espacios». El destino le reservó el papel de profeta del fútbol arte. Por eso, este licenciado en ciencias químicas es autor de libros con títulos tan sugerentes como El fútbol sin trampas , se compromete políticamente, escribe artículos y guiones cinematográficos... y jugó con Pelé en el Santos. Claro que, una de las sombras de su carrera fue prescindir de un imberbe Maradona para afrontar el Mundial de 1978 (ganarlo le salvó de la crucifixión). Nadie es infalible.