El ocaso de la empanada

Francisco Pastor A CORUÑA

DEPORTES

CÉSAR QUIÁN

La falta de interés del Teresa Herrera se notó incluso en la habitual fiesta gastronómica que preside la final

11 ago 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

A pesar de la mala experiencia del viernes, no se podía arrojar la toalla. Había que volver a Riazor. Puede que una semifinal, aun jugando el Dépor, no tenga el suficiente atractivo para congregar a más de doce mil personas. Pero el gran día del Teresa Herrera (con dos partidos) sí. Con esa ilusión me acerqué al estadio. Era temprano. Habitualmente la final de consolación no tiene el suficiente tirón. Por eso no me inmuto al ver poco ambiente. Aguanto estoicamente el duelo entre al Atlético de Madrid y el Nacional -algo aburrido, también es cierto- y aguardo con curiosidad a que llegue la hora de la empanada. Tradicionalmente, el último día del torneo, la fiesta gastronómica se impone a la deportiva, por muy buena que esta última sea. Los apenas siete mil espectadores que presencian el inicio del primer duelo crecen en número según avanzan los minutos. En la segunda mitad ya hay otro aspecto en la grada. Pero aún no se llega a los doce mil del primer día. «Este ano non virán» Hace sol y pienso que hoy no puede fallar la gente. Recuerdo que hace años el descanso de la final de consolación suponía el pistoletazo de entrada de empanadas, jamones, botas de vino y demás... «Este ano non virán. Hai que ser muy teresaherreriano (sic.) para vir ver a estes uruguayos e ós mexicanos», comenta Adolfo, un tribunero de toda la vida que afirma haberse perdido muy pocos torneos coruñeses. Y lleva razón. Sólo se ven algunos bocatas, eso sí con muy buena pinta, y refrescos en vaso de plástico. ¿Qué fue de la tradición? Pues que ha pasado a mejor vida. Los coruñeses, ante un cartel tan pobre, han optado por no gastarse ni cuatro mil pelillas de las de antes en un abono. Eso sí, la final consiguió reunir algo más de quince mil fieles, que no es poco. Y una vez que acudieron al estadio de Riazor, los hinchas decidieron que había que animar algo la fiesta. No mucho, pero sí algo. Fue así como surgieron los primero cánticos -cómo no, en la grada de General- y algunas tímidas palmas desde la zona de Preferencia. Nada comparado con lo que durante más de cincuenta años fue el mejor trofeo -organizativa y deportivamente- del verano futbolístico español.