













El británico tiró de su planteamiento minimalista habitual en el Gozo Fest de Santiago para ofrecer una actuación notable
07 jul 2024 . Actualizado a las 13:22 h.Aunque al poco de arrancar su directo con Castle On The Hill se pudieron ver fuegos de artificio, poca pirotecnia tenía prevista Ed Sheeran para su concierto dentro del Gozo Fest de Santiago. Él solo, en plan one-man-band, se bastó para trenzar el recital. Grabando pequeños trozos de guitarra y repitiéndolos en bucles de sonido a través de la técnica del looping. Usando la caja de su instrumento como percusión. Y tirando de filigranas electrónicas previamente registradas cuando lo pedía la pieza. No por sabido deja de sorprender cuando un planteamiento tal se despliega ante miles de personas en un espacio abierto como O Monte do Gozo. El británico tiene la gran osadía de hacerlo. Y sale airoso gracias a la fortaleza de un repertorio capaz de aguantar tal exhibición de minimalismo y economía instrumental en el escenario.
Para próximos bolos podría pensar si merece la pena instalar una pasarela que apenas usó tres veces durante unos pocos segundos. Por sobrar, incluso podrían resultar prescindibles los -estupendos, eso sí- visuales que dibujaban a sus espaldas los tema. Al contrario que lo ocurrido el año pasado con Robbie Williams -show, teatralización, trucos de veterano para tener al público comiendo de su mano-, en este Gozo Fest todo, o casi todo, recayó en las canciones. Temas compuestos, en origen, con una guitarra acústica. Y expuestos el sábado con poco más que eso. Así desplegaron su embaucadora sencillez, su efectividad melódica y su poder de seducción, sin apenas maquillaje. El público tuvo que echar sombra de ojos y rímel en su mente a joyas como Perfect y Thinking Out Loud desprovistas de arreglos. Sonaron ambas hermosas con la cara lavada, como abriéndose sitio hacia la eternidad en la fría noche de O Monte Do Gozo.
Ed Sheeran repasó toda su discografía de símbolos matemáticos. Cantándola de maravilla y tocándola con esa aparatosa fórmula de puzle tecnológico antedicha, pero que llegaba a los oídos con la fluidez y naturalidad del pop suave y liviano. Cuanto más austero se ponía, más recordaba -para bien- a Tracy Chapman. Cuando optaba por la música negra, empezaba rapeando y terminaba versionando -para mejor aún- el Superstition de Stevie Wonder y el Ain't No Sunshine de Bill Withers. Y si le daba a la tecla sintética agitaba a la audiencia con Shivers o, ya en el tramo final, el celebérrimo Shape Of You. Llegó justo antes de pedir con Bad Habits que la gente saltara, soltando unas cuantas llamaradas y terminando el bolo con una traca final de fuegos.
Podían llevar a engaño a quien se tropezase con un vídeo aislado en redes sociales de ese broche. Porque, si algo quedó claro el sábado, fue la importancia de la canción por encima del artificio. Una victoria que pocos pueden conseguir a ese nivel con audiencias tan grandes sin partirse la crisma a mitad de pase. Pero que también deja la duda de cómo sería con una banda detrás dándole cuerpo a todo. Insuflándole un poco de épica por aquí. Un poco de groove por allá. Un poco de belleza extra por el medio. Parece increíble que renuncie a algo como eso, que podría elevar sus actuaciones a otro nivel. Pero él se basta de eso, de sus composiciones -las de sus discos y las hechas para otros como Justin Bieber como la coreada Love Yourself - para triunfar. A lo grande.