Manuel Borja-Villel: «Que todos los artistas tengan que estar en Madrid es erróneo»

Tamara Montero
tamara montero SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

PACO RODRÍGUEZ

El director del Museo Reina Sofía, que acaba de reordenar toda la exposición para adaptarla a la sociedad actual, cree que «hoy la cultura es una cuestión de urgencia, de supervivencia del ser humano»

05 feb 2022 . Actualizado a las 10:37 h.

Acaba de renovar completamente el discurso artístico del museo nacional Reina Sofía. Manuel Borja-Villel (Burriana, Castellón, 1957), su director, estuvo en el Consello da Cultura Galega para debatir cuál es el camino por el que deben transitar los museos en su relación con la ciudadanía.

—Con la reordenación integral ha demostrado que el canon no es inamovible. ¿Sería muy osado decir que quizá habría que derribarlo continuamente?

—O que no hubiese canon. De hecho, los ingleses tienen una diferencia entre dos palabras que nosotros no tenemos. Game es cuando se juega con unas normas, digamos que a fútbol. En el mundo de la cultura, si hiciésemos eso estaríamos todavía en la prehistoria, en el sentido de que lo bueno de los artistas es que de repente Duchamp, a principios de siglo, decide que una rueda de bicicleta es una obra de arte, con lo cual cambiar la forma de pensar. O entender por ejemplo que la lengua maya no existe siquiera el término arte, tienen práctica artística y ellos utilizan otras palabras que tienen que ver con la relación con la naturaleza, con la tradición, tienen que ver con la curación... con elementos que además hoy en día son importantes para todos nosotros. Play es aquello en lo que tú vas reinventando las reglas, que es aquello que los niños saben hacer perfectamente y luego nos olvidamos. Un museo de arte contemporáneo tiene que hacer eso. Eso no quiere decir que todo vale. Hay unos criterios que tienen que ver con que eres una institución pública, un servicio público, con que tienes que dar herramientas para que la gente entienda en el mundo en el cual vive. Y es un mundo que hoy no tiene nada que ver con el de hace 30 años, pero nada. Hemos pasado de una estructura de nombres propios, donde cada uno tenía su mausoleo, casi todos hombres, por cierto, a una estructura bastante más compleja donde por ejemplo, algo que ha puesto a mucha gente de los nervios es que hay una sala dedicada al 15-M. Pero vaya, es que es un museo que tiene el Guernica, tiene el pabellón de la República. Un museo de arte contemporáneo tiene que hacer que aquello que ha constituido nuestro presente, igual que el chapapote, igual que la pandemia, forme parte de él. Los artistas hablan de esto, igual que en la Edad Media hablaban de religión. Un museo de arte moderno y contemporáneo tiene que estar a estos cambios.

—Aparte de que el 70 % de las obras no se habían expuesto antes, hay más piezas de mujeres. Pero reconoce que en la parte histórica ha sido mucho más trabajoso. ¿No habría que poner esfuerzos precisamente en esa parte más complicada, en construir o reconstruir ese nuevo canon que nos incluya?

—Eso tiene que ver con la decolonización, que quiere decir cambiar nuestra forma de ver. ¿Por qué no hay buenas artistas? Los grandes pintores en los años 40 eran hombres. ¿Y si las mujeres hacen cuentos de niños? Igual tenemos que poner nuestra mirada en otro tipo de prácticas. Quizá hacían cuentos porque no tenía los medios. Hay que poner los esfuerzos, pero no es voluntarista. Es cambiar nuestra mirada, cambiar nuestra forma de pensar, de entender qué es el arte. Eso tiene connotaciones de todo tipo, que siempre son políticas. Eso quiere decir que los museos deberían ser lugares de libertad de creación absoluta, que es distinto de la libertad de expresión, que tiene una serie de límites. La de creación no debería de tenerlos.

—Utiliza habitualmente el concepto decolonizar. ¿Hay que terminar con un centralismo cultural en España, que todo pase por Madrid?

—Primero es entender, sí o sí, la cultura como un ecosistema, porque si no desaparece. Todo el mundo imagina que la cultura es la milla del arte: el Prado, el Thyssen, la Biblioteca Nacional, nosotros... Entender que todos nos necesitamos, grandes y pequeños, es fundamental y eso no siempre lo entendemos. Nosotros, antes de la pandemia, tuvimos cuatro millones de visitantes. Parece que los visitantes, los números económicos sean todo, pero igual hay una institución pequeña que a lo mejor tiene diez visitantes, o ninguno, pero tiene una función fundamental. Entender que es un servicio público y que las cosas no se pueden medir por rentabilidad es fundamental. Ecosistema también quiere decir crear un plan de ordenación. Eso quiere decir que haya un pacto por la cultura, que vaya más allá de un ministro o de un concejal, porque el trabajo de la cultura es a largo plazo. Ese complejo de querer ser alumnos obedientes, que todo los artistas tengan que estar en Madrid, es erróneo. Tenemos que limpiar nuestra mirada: sí 100% a la necesidad de pensar en la cultura como un ecosistema, 100 % a la necesidad de descentralizar procedimientos, pero 100 % a la necesidad también de descentralizar nuestra mirada. No porque estés en Madrid has llegado a no se sabe dónde, igual no es necesario llegar a ningún sitio.

 —No es el culmen.

—En absoluto. Incluso la idea del culmen es productivista, casi economicista. Lo importante es que haya afectos, que entendamos la naturaleza de otro modo y que se escriba y se recoja sobre eso. 

 —Volviendo a la reordenación. Se ha tocado todo menos el Guernica. Parece que sí hay cosas inamovibles en el canon. 

—Es inamovible la pieza. Ha pasado a ser una figura mítica, el icono, pero lo primero que hicimos fue contextualizarlo con el pabellón de la República, luego con cine, luego con exilio... De hecho, físicamente no se ha movido por razones técnicas, pero se ha cambiado muchísimo el contexto, el discurso.

 —El Guernica permanece, pero cambia como nos relacionamos con él.

—Sí, porque vamos cambiando continuamente. Por ejemplo, el exilio español es una condición contemporánea y eso explica otra forma de entenderlo, de ir reescribiendo la historia. Hay tres cosas: el presente, el pasado y la obra de arte, que hace lo que le da la gana, los objetos tienen una vida propia, resisten las interpretaciones. Cuando se mueve el presente, vas conociendo cosas del pasado que no conocías, y eso afecta. Eso es justamente lo que los algoritmos no pueden hacer, y es algo que además solo se puede hacer en común. 

—En el museo está la crisis, está el 15-M, está la pandemia... ¿Cómo debe explicar nuestro presente un museo? ¿Cómo la ciudadanía recibe esa explicación?

—Está viniendo muchísima gente...

—Me refiero más a la idea de que el museo es un lugar donde se guarda arte, más que un espacio de diálogo.

—Creo que hay que romper con una idea que es burguesa, en un sentido descriptivo, que es concebir la cultura como patrimonio. Hay un tesoro, hay un lugar, o un espacio de conocimiento, una academia. A veces, da la impresión de que el único modo de llegar a la gente es hacer espectáculo, pero no es así. Hay muchos modos. Y de hecho al Reina viene mucha gente. Es verdad que tiende que ir a las temporales y a la colección va una vez. Lo que hemos hecho es tratar de imaginar la colección tal y como la gente relata su mundo. En el siglo XIX la forma fundamental eran las novelas, en el XX es el cine y en el XXI son las series. Hay gente que de algún modo se ha enganchado a que hay un episodio, luego otro... Esa forma de pensar por yuxtaposición creo que hoy en día es una apuesta. Puede haber otras, ¿eh?

—Decía antes que el museo es política...

—Me lo preguntan mucho. ¿No te deberías dedicar solo al arte? Y yo respondo, ¿subir las entradas es artístico o es político? [Ríe]. El arte no tiene que ser político o ser literal. La institución es política. Igual que en la Edad Media la gente estaba obsesionada por saber si los ángeles tenían sombra o como era el más allá, hoy en día la gente está obsesionada por la pandemia, por el vivir juntos, por el miedo. La gente tiene miedo por la crisis, que ya no es aquello temporal y que irá a mejor. La mayoría de artistas están respondiendo. Intentamos ver eso y ver de dónde venimos. ¿Por qué tenemos tantas instituciones que ya no se sostienen? ¿Hemos sido culpables? ¿Por qué de repente el ser humano se ha vuelto tan egoísta, casi parece que hay un resentimiento hacia el otro, porque cuando ocupa tu espacio no te deja disfrutar? Nos han impuesto una obligación de consumir, de disfrutar continuamente, y la compañía del otro nos molesta porque nos priva de tiempo.

—De consumir.

—Sí, nos hemos convertido en una sociedad egoísta, resentida, antiecológica.. La Historia te muestra que no hay una mano negra, pero se va construyendo algo. Que al final, desde el siglo XV hasta ahora son unos pocos que lo tienen todo y la mayoría la que cada vez tiene menos. Eso se hace primero con las mujeres, luego con el sistema esclavista, luego la clase obrera, luego todo mezclado, luego todo el mundo que acaba siendo un esclavo de sí mismo... 

—Habla del arte en términos de servicio público. En esta pandemia se ha reivindicado el sistema público, pero la cultura ha sido la primera olvidada.

—Y no solo por la pandemia. El arte, la cultura, tiene algo de anacrónico, de lento. Algo que es tremendo en la sociedad actual, en la sociedad de algoritmos, es que en otra época el futuro lo predecía la Biblia, o las brujas. Ahora lo predicen los algoritmos, van haciendo el futuro. Eso es tremendo. Un pasado que desconocemos y un futuro que te van prediciendo... Lo bueno de lo poético es que es irreducible a un algoritmo. ¿Cómo reduces el Guernica? ¿O un poema? En estos momentos de guerras culturales, de fake news, la necesidad de la cultura es de urgencia, y no me refiero a una cultura ñoña, de artista romántico. Es más una cultura de estar juntos. Hubo guerras culturales en los 30, con los nazis y ahora las hay otra vez. Y el hecho de que la ultraderecha lo tenga tan claro es muy significativo.

—¿Ha venido a ocupar un espacio, históricamente atribuido a una izquierda?

—Para la ultraderecha todo es izquierda [ríe]. Me voy a poner exagerado. Obviamente nos podemos cargar la Tierra, pero es más factible que desaparezcamos nosotros. Sería factible una sexta extinción si vamos a este paso y además, las continuas guerras entre unos y otros, la desigualdad extrema, el odio que se genera.. La cultura es aquello que hace que el ser humano pueda tener una relación más humilde con respecto al entorno y los demás. En otros momentos era una cuestión de vitalidad, de democracia. Hoy, la cultura es una cuestión de urgencia, de supervivencia del ser humano. Y eso no tiene por qué ser caro. 

—Le preguntaba de como el arte explica la sociedad. Voy a darle la vuelta a la reflexión, a como la sociedad explica el arte, con un ejemplo concreto. Juan Tallón acaba de publicar un libro sobre la desaparición de la obra de Serra. ¿Han renunciado a encontrarla?

—Lo que hay ahora no es una copia, en el sentido de que la primera tampoco la hizo él. Una copia sería tener un Velázquez que hubiera hecho otra persona. Está en una sala similar a la que estaba.. Ojalá que no hubiera ocurrido, porque significa mala gestión y cuando hay mala gestión hay que preguntarse por qué. El artista está vivo, con lo cual no hubo mayor problema... Y ahí pagó las consecuencias la menos culpable de todas, que fue quien lo descubrió. Es la que sale peor parada en libro.

—¿Es necesario hacer este tipo de ejercicios de memoria?

—Memoria, reflexión, autocrítica, y si está hecha con un poquito de humor, pues mejor.

—El relato artístico del museo se ha expandido hasta el presente. ¿Qué papel tiene que jugar una institución como el Reina Sofía en el impulso del arte emergente?

—Debería ser una fuerza motora, pero ahí sí que debería haber un ecosistema. Obviamente el Reina tiene una responsabilidad y es algo que nos gustaría hacer más, de hecho estamos intentando promocionarlo con fondos europeos. Tú trabajas con tu época y hay una generación de artistas y de curadores jóvenes con una situación muy complicada a nivel laboral y sería una tragedia que no se acabase consolidando. Todos tenemos una obligación de hacer que eso que está ahí acabe cogiendo cuerpo. Toda generación tiene con su futuro una obligación, la condicionas y puede ser para bien o para mal. Esa obligación de que esa gente más o menos joven pueda tener un lugar en la historia es fundamental. No me refiero con historia al canon, sino a que puedan desarrollar su trabajo. 

—Ayer conocíamos que el Mata mua volvía de Andorra y Fernando Arrabal ha anunciado que legará su obra a Francia ante el «desinterés» de España. ¿Hay una relación disfuncional entre las colecciones privadas y las estructuras públicas?

—No debería, porque hay muchas colecciones públicas que han sido originalmente privadas. Solo que cuando es pública, es pública y tiene otra función. Nosotros hemos recibido en donación la colección de Patty Cisneros, está donada sin condiciones. Si la donación es para que se integre en un discurso público, impecable. Si la donación es para hacer un mausoleo, hay que ver si tiene sentido o no, porque es dinero público.