Fallece Joan Didion, voz narrativa del duelo, gran cronista del siglo XX

M. Viñas / I. C. R. LA VOZ / COLPISA

CULTURA

Exponente del nuevo periodismo, hace años que convivía con el párkinson

23 dic 2021 . Actualizado a las 21:00 h.

La literatura y sobre todo el periodismo se quedaron este jueves un poco más huérfanos tras la muerte de Joan Didion, una de las grandes cronistas del siglo XX, exponente del nuevo reporterismo y, muy a su pesar, voz narrativa del duelo. Confirmaba la noticia a The New York Times Paul Bogaards, editor de Knopf, el sello estadounidense que publicaba su obra. La autora, diagnosticada de esclerosis múltiple en los años 70, llevaba años conviviendo con la enfermedad de Parkinson. Sus complicaciones fueron consumiéndola poco a poco y acabaron llevándosela a los 87 años— apenas un suspiro, ella—, tras una larga vida que le enseñó que no remontar no era una opción.

Didion, nacida en Sacramento (Estados Unidos) en 1934, se quedó sin su marido y sin su única hija en apenas dos años. El 30 de diciembre del 2003, John Gregory Dunne, colega de profesión, buen amigo y desde 1964 compañero de vida, sufrió un inesperado ataque cardíaco que acabó fulminantemente con su vida. Quintana, hija de ambos, se encontraba entonces, con 37 años, muy enferma. Murió dos años después, víctima de una pancreatitis. Este dolor, sin embargo, resultó fértil, y tras la oscuridad la escritora dio a luz dos textos que la convirtieron en el emblema de la literatura del desconsuelo y la superación, El año del pensamiento mágico y Noches azules. Nada hay en ellas de autocompasión ni de azucarado manual de autoayuda. Enjaulada, exorcizó su pérdida y fue capaz de mantener siempre en forma a la otra Didion, la intrépida, la escéptica.

Se graduó en la Universidad de Berkeley y a finales de los años sesenta comenzó a forjarse un nombre en lo que luego se llamó «el nuevo periodismo», una corriente que apostaba por un estilo más narrativo y por cierto tono de autor a la hora de contar las cosas. Su primera gran obra fue Slouching Toward Bethlehem (1968), una colección de ensayos surgidos a raíz de una columna regular que escribía para el Saturday Evening Post, en los que analizaba la cultura de su California natal. Lo hacía cargando las tintas contra la cultura hippie emergente en San Francisco. Aquel año, el mismo diario que este jueves daba la noticia de su fallecimiento aseguró que el libro reunía «algunas de las mejores piezas publicadas en las revistas de este país en los últimos años».

Fue una heroína de la crónica periodística en los tiempos de Nixon. Elegante reportera, en el epicentro de la tormenta contracultural, capaz de hablar sobre el LSD y la matanza de Charles Manson sin caer en la propaganda ni tampoco en la paranoia. Sus textos transpiraban incertidumbre en la tierra dorada, con toques de hastío y suspicacia. Su mirada era distante, pero íntima.

Conoció a John Dunne cuando ella trabajaba en Vogue, como editora y crítica de cine, y él en Time. Eran la élite del periodismo, un tándem sentimental, pero también creativo del que salieron guiones cinematográficos como el basado en su libro Según venga el juego, llevado a la gran pantalla por Frank Perry y protagonizada por un joven Anthony Perkins. Se convirtió en una celebridad con ataques de vértigo, pero poco a poco dejó de estar de moda. Fotografiada a menudo con gafas de sol, en el 2015 mantenía intacto su magnetismo, tanto como para protagonizar, ya huesuda y sin rastro de aquella chica de los 70, una campaña publicitaria de la casa de moda francesa Céline para anunciar sus gafas de sol. Entre sus novelas, Río revuelto, Book of Common Prayer, Democracy y The Last Thing He Wanted.