Nadav Lapid: «Me fascinan las almas revolucionarias»

Tamara Montero
tamara montero SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

Sandra Alonso

10 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay una pausa, a veces muy larga pero nunca demasiado, entre la pregunta que flota en el aire y la respuesta de Nadav Lapid (Tel Aviv, 1975). Un silencio que llega a incomodar, exactamente como su cine. El artista israelí recibió ayer el premio Cineuropa, festival en el que presentó La rodilla de Ahed.

-Se niega a definir su cine como político.

-Creo que veo la política como algo que es parte de la existencia. No me interesa demasiado este o aquel gobierno, ni quién es el primer ministro o el presidente. Es más sobre las condiciones básicas de la vida y de la existencia: la riqueza, la pobreza, la fractura dentro de la sociedad, la hostilidad y la rivalidad. Lo que tiene influencia es cómo los humanos viven y actúan dentro de esas condiciones. La revolución me interesa no por ella misma. Estoy fascinado por las almas revolucionarias, por la gente que cree que puede cambiar lo que es inmutable. Pero de alguna manera, para mí la base de la política es decidir que el sol saldrá por la noche. Es imposible, pero me encantaría hacer una película sobre alguien que insiste en que el sol saldrá por la noche. Ese es mi interés en la política.

 -Kate Millett decía que lo personal es político. A lo mejor se podría definir su cine en esos términos.

-Sí, estoy de acuerdo, pero al mismo tiempo creo que lo personal es más político que lo político. A veces la gente habla de política y en realidad está hablando de sí misma y al revés, puede que hablen más de política cuando hablan de sí mismos. Y quizá puedan hablar de política y estar en lugares completamente distintos y otras veces besarse de forma política. En lugares como Israel se nota mucho, y está relacionado también con ese aspecto caótico de la vida. Si quieres hablar de la existencia, tu obra tiene que ser caótica y extraña, porque para mí, la vida es sobre todo caótica y extraña y cuando se empieza a hablar de películas políticas... Nadie vive una vida política. Vives algo y miras alrededor y estás en shock, diciendo «esto está pasando de verdad». Es esa fascinación, esa extrañeza, es lo que intento encontrar.

 -«La rodilla de Ahed» es una película que habla de la censura, y además de una censura que es especialmente sibilina, que penetra más: la censura interior. ¿Eso no tiene que ver con la política?

-Vale, lo admito [ríe]. La cosa es que a mí no me importa quién esté sentado en el parlamento, lo que me interesa es cómo se refleja el alma de una nación, de un lugar, la existencia. Por ejemplo, en un lugar como Israel la censura es fascinante, porque creo que si mañana haces una encuesta y preguntas qué debería pasar con los cineastas que hacen películas críticas, quizá el 80 % diga que tienen que ir a la cárcel. Y eso es más interesante que la cuestión de si el gobierno aprueba una ley. Todas las leyes son la expresión del ADN de una sociedad en un momento determinado. Más que Franco, es interesante como eran los españoles entonces, cuando se despertaban, cuando iban a bailar, se besaban, comían o hacían el amor. Sí, en Israel hay censura, pero esta censura viene más del interior. No tienes que meter gente en la cárcel, porque básicamente todo el mundo está de acuerdo, e incluso los artistas, en lo más profundo, están de acuerdo, la entienden y la aceptan. Quizá incluso yo mismo. Y eso es lo extraño, lo fascinante.

 -Sus películas son un reflejo de sí mismo. ¿Se autocensura?

-Me he dado de cuenta de que es lo que me permite hacer mis películas, la ambigüedad. Sufro los mismos síntomas que estoy criticando. Pasé tres años y medio en el ejército y era un buen soldado, porque era idiota. No entendía lo que significa morir. Si ahora me preguntas te diré que el servicio militar es una gran manipulación, pero aun así, cuando veo soldados, los uniformes, siento algo familiar y para mí es bello. Así que aunque racionalmente puedo decir que es terrible, estéticamente es interesante, fascinante, sexy. Hacer películas debería ser arriesgarte, poner todo tu ser en peligro. Esa tormenta interior, ese baile, esa dualidad entre el amor y el odio.

-Con esta película fue un héroe al ganar en Cannes y a la vez un traidor por su crítica a Israel.

-Me encanta la idea de ser un héroe, ¿a quién no? [ríe]. Pero me parece que no es positivo para un artista ser un héroe. Para mí un artista es algo entre un profeta que grita cosas que nadie quiere escuchar y un DJ buenísimo. Una mezcla de eso [sonríe]. Ninguno de ellos es un héroe. Bueno, quizá el DJ un poco. No sé si ocurre en España, pero en Israel, cuando alguien gana algo, como por ejemplo un artista eurovisión, se convierte en un logro nacional y recibe una llamada del ministro del cultura y del presidente. Te imaginarás que a mí no me llamaron. [ríe], pero lo agradezco, porque no sabría qué decir. 

-Entonces, ¿es el patriotismo la auténtica máquina de censura?

-[Piensa] Supongo que sí. Pero lo que pasa es que cuando me preguntas empiezo a tener simpatía por el patriotismo [risas]. Sé que no es exactamente la respuesta a tu pregunta, pero sí, el patriotismo es algo estúpido, pero por ejemplo yo son un fan del fútbol y a lo mejor también se puede considerar una idiotez. Una vida en la que todas las cosas son intelectuales es muy aburrida. No soy una gran fan del patriotismo como idea, pero puedo entender a la gente a la que le gusta cantar el himno y se emociona. En ese momento es bonito.

 -Me refería más a esa situación de pasar de héroe de la patria a villano. De un pensamiento quizá gregario.

-No creo que todo el mundo sea así, hay gente en Israel que se siente muy interpelada por mis películas. A lo mejor son una minoría, pero es una minoría que me gusta. Si mañana esta película se estrenase en España, no creo que la mayoría de la gente fuese a verla. Estar entre la minoría no es una elección, pero es una situación que te puede gustar, porque sería muy raro que la mayoría de Israel dijese «qué gran película, este director es buenísimo»... Lo sentiría como un fracaso, creo [ríe]. No se trata de molestar a la gente, sino de hacerlos entrar en conflicto con ellos mismos.

 -Incomodar, más bien.

- Sï, dejarlos incluso perdidos. En ese estar perdido es cuando se siente algo. En la vida cotidiana, quizá pasas durante 30 años por la misma calle y nada y de repente un día te pierdes... Me gustan los espectadores perdidos, pero perdidos y curiosos, no perdidos y dormidos [risas].

 -Otro concepto además de censura. Su película tiene cero neutralidad, e incluso fuerza a la cámara a funcionar como un personaje más.

-He hecho esta película sintiendo algo poderoso en todo momento. No podía ser un mero observador. Pasa en la vida, cuando sientes como que todo vibra, que hay un terremoto. Esa vibración, para mí, es la verdad de la existencia, como una especie de terremoto eterno. Y en ese terremoto, hasta ir al supermercado es todo un logro. Así que la cámara no podía estar solo para filmar las cosas más o menos como son, debía generar esa vibración, eso que es auténtico, la verdad del momento. Así que tuve que forzar a la cámara a cantar la auténtica canción.