La poco alegre vida de Waldo de los Ríos

César Coca BILBAO / COLPISA

CULTURA

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El músico hizo fortuna con su arreglo de Beethoven en 1969 y se suicidó a los 42 años

06 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Una noche de 1960, un músico argentino alto y corpulento, que ha cruzado el Atlántico buscando dar un giro a su carrera, toma un tren en Madrid para dirigirse a Bilbao. En el compartimento viajan además dos soldados, un cura, una mujer enlutada y un joven estudiante. El músico vio el recorrido en un mapa y calculó que el tren tardará cuatro o cinco horas. Craso error. Después de una interminable travesía en barco hasta Barcelona, ha pasado por Madrid a hacer una gestión y ahora se encamina a Algorta. Allí va a encontrarse con Marta, la bella, inteligente y generosa mujer de la que está enamorado, que además es la hermana de su mejor amigo desde la infancia. Su idea es pedirle que se casen y que lo acompañe a Colonia.

El compositor desciende del tren con un indefinible dolor en todos sus huesos y se sube a un taxi para ir al caserío donde la joven -que a su vez llegó hace un tiempo de Argentina para relanzar su carrera de bailarina- vive con una tía. Será esta quien lo reciba y le dé una toalla para que se seque porque se ha empapado con la lluvia. Así estará, mojado aún, cuando Marta baje de su habitación y casi sin atreverse a mirarlo le diga que no pueden casarse porque ella está embarazada... de otro.

La vida de Waldo de los Ríos cambió en ese momento. Porque Marta Carbia y su hermano Tommy eran el ancla al que aferrarse, la seguridad de un refugio para el tiempo de tormenta. Una tormenta que siempre llega, más intensa cuanto más grande es el éxito que la ha precedido. La que le tocó vivir al compositor y director argentino estuvo a tono con la explosión que protagonizó en todo el mundo en las últimas semanas de 1969 y primeras de 1970. Su arreglo del Himno a la alegría de Beethoven, que interpretó Miguel Ríos, le reportó unos derechos solo en un año de cinco millones de dólares (lo que equivaldría hoy a unos 35 millones). Lo nunca visto. El disco se publicó en todo el mundo occidental y el sello que lo lanzó en España, Hispavox, comenzó a competir de igual a igual con los grandes de la música anglosajona.

Detrás del milagro estaba un compositor inseguro, de sexualidad no asumida, poco dado a hacer amigos, ciclotímico en todo, incluido su aspecto físico -engordaba y adelgazaba por temporadas-, tierno a veces y tirano no pocas, que fue amigo de Fellini y Michel Legrand y puso la banda sonora de las películas de Ibáñez Serrador. Que era capaz de escribir las canciones de la película La vida sigue igual y la de la calabaza de Un, dos tres y abordar a Beethoven, Mozart y Chaikovski con la misma naturalidad. Que llegó a tenerlo todo y un día, tras haberse aturdido con varios fármacos, se pegó un tiro en su casa de Madrid con una escopeta que había comprado porque le daba miedo el incremento de la delincuencia.

 Un niño obeso, atildado

La policía encontró junto al cuerpo un casete en el que había grabado una conversación con su madre. Parece que la estaba escuchando cuando se quitó la vida. El periodista andaluz Miguel Fernández ha escrito Desafiando al olvido. Waldo de los Ríos. La biografía (Roca Editorial), una investigación de las circunstancias de su vida a partir de numerosas entrevistas y testimonios sobre un personaje que fue pasto del olvido apenas unos meses después de su desaparición. El retrato dibuja al hijo de una cantante de mediana fama y un hombre casado con otra mujer de la que nunca se separó. Un niño a quien no le gustaban las clases de música pero que es obligado a seguirlas por la madre, a la que acompaña en sus actuaciones tocando el piano con pantalón corto. Es un niño obeso, atildado, objeto de mil burlas, a quien lo que más le gusta es coleccionar maquetas de aviones y coches. Muchos años después, cuando le ría la fortuna, será propietario de varios coches de alta gama que conducirá por Madrid a velocidad desmedida.

Waldo de los Ríos conoció el folklore en las giras de su madre y recibió clases del compositor argentino Alberto Ginastera, grabó su primer disco a los 20 años, hizo arreglos para Los 5 Latinos y ya en España fue el artífice de los éxitos de Karina, Los 3 Sudamericanos y el primer Alberto Cortez. Suya fue la sintonía de Escala en Hi-Fi, el programa con el que TVE buscaba un acercamiento a unos jóvenes que aspiraban a mayores cotas de modernidad. Es el momento de la creación del sello Hispavox, cuyo éxito será irrepetible.