«Cuando me vestí de Doctor Extraño me creí un superhéroe»

maría estévez LOS ÁNGELES / COLPISA

CULTURA

JEROME FAVRE | EFE

El actor interpreta al enigmático personaje de Marvel en una película que lidera la taquilla española

09 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Benedict Cumberbatch (Londres, 1976) deja a un lado su papel como Sherlock Holmes para meterse en la piel otro genio en Doctor Strange (Doctor Extraño), que lidera las taquillas española y norteamericana. El actor británico da vida al neurocirujano Stephen Strange, quien tras sufrir un accidente no puede volver a ejercer, lo que cambiará vida obligándole a reinventarse en un misterioso lugar de Nepal, adquiriendo unos nuevos poderes.

-¿Qué sintió al verse convertirse en el Doctor Extraño?

-Me sentí como un niño en Halloween. El primer momento en el que me vi con el vestuario, de verdad, me creí un superhéroe. Esta película tiene muchas cualidades atractivas que me animaron a interpretar el papel, desde el origen de la historia hasta su participación cinematográfica en el universo Marvel. Sin embargo, lo más importante para mí fueron las cualidades del drama, el humor, la profundidad, la rareza y originalidad visual del héroe. Otro de los momentos mágicos del rodaje en la Quinta Avenida de Nueva York fue al saltar del edificio Empire State.

-¿Le infundió respeto de interpretar el personaje del doctor?

-Fue una enorme responsabilidad que me motivó para intentar hacer un buen trabajo. Es una plataforma estupenda desde la que se puede crear.

-¿Cómo fue su trabajo con Tilda Swinton?

-Es brillante, increíblemente buena y humilde. Es la instructora del Doctor Extraño, por lo que su papel requería un dialogo muy pesado, mucha energía, y ella lo ha representado de una manera absolutamente impecable.

-La película cuenta con un derroche de efectos especiales.

-Sí. Los efectos especiales, definitivamente, son innovadores. Casi tan espectaculares como el arte de Steve Ditko [creador del personaje del Doctor Extraño] cuando dibujó los primeros cómics.

-¿Se siente más vivo cuando está subido a un escenario o frente a las cámaras?

-En ambos lugares. Hay momentos, breves instantes, en los que siento una increíble profundidad de comunicación con el «ojo frío» de la cámara que me mira y es muy excitante. La audiencia en vivo es lo que es y, para ser franco, puede ser frustrante y un auténtico dolor de trasero. Me he encontrado con públicos que me han llegado a enfadar, sobre todo si se ponen a toser, porque me distraen y pierdo el ritmo y el sentido de la comunicación.

-Un actor en el teatro no da lo mismo cada día.

-No. El peligro de cometer errores es realmente electrizante. Me fascina la exigencia del teatro, pero cuando en el cine te entregas por completo surge una magia sorprendente.

-¿Se deja consumir por los personajes que interpreta?

-Debería preguntarle eso a la gente que vive conmigo cuando estoy representando algún papel. Mi madre siempre me dice: «Sé cuándo interpretas a Sherlock porque te vuelves muy impaciente en el teléfono al hablar conmigo». Definitivamente, existe una entrega que va más allá de las horas de rodaje o de escenario en el caso del teatro. Una de las razones por las que mantengo este ritmo de trabajo es porque me gusta cambiar, moverme de un papel a otro, si me dejara llevar por mis obsesiones tardaría cuatro años en saltar de una película a otra. La inmediatez entre un proyecto y otro me obligue a olvidarme y sacudirme de la piel los personajes.