Natalie Portman, gran princesa viuda de Camelot en «Jackie» de Pablo Larraín

José Luis Losa

CULTURA

FILIPPO MONTEFORTE | AFP

Terrence Malick sigue su deriva mesiánica y da otra lección de modestia en «Voyage of Time»

08 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Si hay una veta saturada por el cine es la de la mitificación del clan Kennedy. Por eso no me cabe duda de que el chileno Pablo Larraín, tipo inteligentísimo, busca en su Jackie cualquier cosa menos una nueva y perezosa glorificación de JFK o su viuda, Jacqueline Beauvoir. Su filme, lejos de la elegía, nos introduce en la inquietante cámara sellada del inmediato duelo de la mujer del presidente: las decisiones sobre la ceremonia del entierro, las relaciones tirantes con su cuñado Bobby. La soledad de la princesa de Camelot. Porque de lo que habla es no de una historia de cuento sino de su cara B, emboscada en la sutil alienación de la mujer en shock, y no solo en los apuntes explícitos de la parte menos feliz de su relación conyugal.

Sobre la entrevista que Jackie Kennedy concede, pasado un tiempo, a un periodista, asistimos de manera soterrada al agrietamiento de aquella corte del encantamiento. Suena por dos veces el tema central del musical de Alan Jay Lerner y esa imagen de la pareja presidencial, en una secuencia de baile ralentizada, semeja espectral, falsificada, impresa por la leyenda. De ahí la elección, como elemento distanciador, de una actriz tan poco afín a la esencia del icono Jackie como es Natalie Portman. Bajo el manto necrófilo, que no ahorra las célebres manchas de sangre y sesos sobre el traje rosa de Chanel, Larraín desliza aún una subversiva capa en la cual el espejo de esta Cinderella de Camelot se rompe en mil medidos y hermosos pedazos. Y no fueron tan felices?

Otro hito del ultimo medio siglo, la paz en Irlanda alcanzada por el reverendo Ian Paisley y el exIRA Martin McGuinness, recrea Nick Hamm The Journey, tour de force basado en la esgrima de buena escuela de dos actores británicos, Colm Meaney y el magno Timothy Spall, quien extrae del histriónico y mesiánico Paisley momentos de hilaridad destacables.

Pero en la clave del mesianismo, el as de oros tomó tierra con su nueva verdad revelada. Terrence Malick nos ofrenda Voyage of Time. Otra lección de modestia. Ahí empaca la historia del universo, desde el big-bang hasta el presente, con retorno a las secuencias de dinosaurios, medusas, el homo erectus kubrickiano. Y el creacionismo de los volcanes, la lava, el agua. La voz en off de Cate Blanchett cita una y otra vez a la Madre. Solo en una película he escuchado que un tipo reclame más a su madre que este Malick del Lido. Es el Norman Bates de Psicosis. Creo que Bates está más cuerdo. Este Érase una vez el hombre de auteur iluminado viene acompañado de mucha música sacra: Bach. Y también Arvo Pärt. El cosmos. El viento. ¡Y la Madre! Imágenes del presente, de ritos religiosos judíos, brahmánicos y otros mucho más exóticos. No es cine. Lo de Terrence Malick entra ya en la categoría panteísta del ritual. Así se concelebra en la hermandad de las butacas. Y el público, mayormente, sale en paz.