Nobel a la reportera que «habla al oído»

Sara Carreira Piñeiro
sara carreira REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

MAXIM MALINOVSKY | AFP

La bielorrusa Alexiévich da voz a los olvidados con una mezcla de novela y periodismo

09 oct 2015 . Actualizado a las 07:50 h.

«Es difícil ser una persona honesta, pero no hay que hacer concesiones ante el poder totalitario». Así habló ayer la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich tras saberse ganadora del Premio Nobel de Literatura. Una frase que, según dicen quienes la conocen, la retrata perfectamente: valiente y sencilla. La Academia Sueca explicó que el jurado la premió por su «obra polifónica, memorial del sufrimiento y de la valentía en nuestra época».

Svetlana Alexiévich cultiva el «reportaje literario» y con esa mezcla de periodismo y novela «ha inventado un nuevo género, que supera el formato del periodismo continuando lo que otros autores han contribuido a elaborar», dijo la secretaria de la Academia, Sara Danius.

Ucraniana de nacimiento, bielorrusa de residencia y rusa de cultura, Alexiévich habla al oído de sus lectores y les lleva a lugares terribles por boca de los protagonistas, sin imposturas ni sensacionalismo, pero sin matizar la crueldad. Sus padres, maestros, le inculcaron el amor por la palabra, y tal vez por eso fue primero profesora de historia y de lengua alemana, aunque acabó sucumbiendo al periodismo, en el que se licenció en 1972 en Minsk.

En 1983 escribió La guerra no tiene rostro de mujer, contando una visión muy diferente de la Gran Guerra Patria (la Segunda Guerra Mundial), en la que las mujeres sufrieron tanto en el frente como en la retaguardia como madres, hijas y hermanas. En 1985, cuando finalmente pudo publicar el libro, también vio la luz Últimos testigos, que recoge las voces de los niños de la guerra.

«Profanar» a los héroes

Y de la batalla contra los nazis a la otra gran contienda rusa del siglo XX: la guerra de Afganistán. En 1989 abordó con Los chicos del zinc lo que pensaban los veteranos de la lucha en este inhóspito país asiático, así como las madres de los soldados muertos.

La voz de Alexiévich no se calló a pesar de las críticas por «profanar la memoria de los héroes». En 1994 volvió a hablar de los despojados, de los olvidados en Hechizados por la muerte, sobre quienes se suicidaron por no poder soportar el fracaso del comunismo. Tres años más tarde llegó Voces de Chernóbil, la única de sus obras traducidas al castellano hasta el momento, que permitió hablar a los protagonistas más directos del desastre. Finalmente, en el 2014 sacó El Tiempo de segunda mano, un libro en el que plantea que los soviéticos viven de prestado: «El homo sovieticus nunca ha tenido experiencia de libertad o democracia. Creímos que nada más derribar la estatua de Dzherzhinski [fundador del KGB] seríamos Europa. La democracia es un trabajo duro que lleva generaciones».

Y a ella, ¿cómo la ven? Su editor francés, Michel Parfenov, la define así: «Está totalmente por fuera del sistema de poder actual, como también lo estaba en la época soviética». Vigilada permanentemente, la escritora está traducida a veinte idiomas y los contratos con editoriales extranjeras -DeBolsillo le publicó Voces de Chernóbil en España y ahora Destino sacará en castellano La guerra no tiene rostro de mujer y Acantilado El tiempo de segunda mano (con el título El fin del Homo sovieticus)- le permiten vivir con cierta libertad.

Sin embargo, sus novelas-reportajes y sus opiniones le granjean muchos enemigos. Por ejemplo, ayer mismo tuvo palabras para su gobierno -«las autoridades bielorrusas fingen como que no existo y el presidente bielorruso también»- y para el ruso -«respeto el mundo ruso de la literatura y la ciencia, pero no al de Stalin y Putin (...) Tampoco me gusta ese 84 % de rusos que llama a matar ucranianos». La cancillería bielorrusa respondió felicitándola por el Nobel pero sin palabras del presidente, Alexandr Lukashenko, hasta la tarde, cuando su silencio resultaba insostenible, y para eso el mensaje quedó críptico: «Su arte no ha dejado indiferente ni a los bielorrusos ni a los lectores de todo el mundo». El Kremlin fue menos elegante: «Por lo visto, Svetlana [sin apellido] simplemente no dispone de toda la información para valorar positivamente lo que ocurre en Ucrania», según Dmitri Peskov, su portavoz.

Fragmento de «Voces de Chernóbil»

Una solitaria voz humana

«Hay un fragmento de una conversación. Lo guardo en la memoria. Alguien intenta convencerme:

-No debe usted olvidar que lo que tiene delante ya no es su marido, un ser querido, sino un elemento radiactivo con un gran poder de contaminación. No sea usted suicida. Recobre la sensatez.

Pero yo estoy como loca: «¡Lo quiero! ¡Lo quiero!». Él dormía y yo le susurraba: «¡Te amo!». Iba por el patio del hospital: «¡Te amo!». Llevaba el orinal: «¡Te amo!». Recordaba cómo vivíamos antes. En nuestra residencia... Él se dormía por la noche solo después de cogerme de la mano. Tenía esa costumbre, mientras dormía, cogerme de la mano... toda la noche.

En el hospital también yo le cogía la mano y no la soltaba. Es de noche. Silencio. Estamos solos. Me mira atentamente, fijo, muy fijo, y de pronto me dice:

-Qué ganas tengo de ver a nuestro hijo. Cómo es.

-¿Cómo lo llamaremos?

-Bueno, eso ya lo decidirás tú.

-¿Por qué yo sola, o es que no somos dos?

-Vale, si es niño, que sea Vasia, y si es niña, Natasha.

-¿Cómo que Vasia? Yo ya tengo un Vasia. ¡Tú! Y no quiero otro.

¡Aún no sabía cuánto lo quería! Solo existía él. Solo él...

¡Estaba ciega! Ni siquiera notaba los golpecitos de debajo del corazón. Aunque ya estaba en el sexto mes. Creía que mi pequeña, al estar dentro de mí, estaba protegida. Mi pequeña...

Ningún médico sabía que yo dormía con él en la cámara hiperbárica. No se les pasaba por la cabeza. Las enfermeras me dejaban pasar. Al principio también me querían convencer:

-Eres joven. ¿Cómo se te ocurre? ¡Si esto ya no es un hombre, es un reactor nuclear! Os quemaréis los dos. -Y yo corría tras ellas como un perrito. Me quedaba horas enteras ante la puerta. Les rogaba, les imploraba. Y entonces ellas decían: «¡Que te parta un rayo! ¡Estás loca perdida!».

Por la mañana, antes de las ocho, cuando empezaba la ronda de visitas médicas, me hacían señas desde detrás de la cortina: «¡Corre!». Y yo me iba durante una hora al hotel.

Pues desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche tenía pase. Las piernas se me pusieron azules hasta las rodillas, se me hincharon, de tan cansada que me encontraba.

Mi alma era más fuerte que mi cuerpo... Mi amor...»