Aquí nació «Lo que el viento se llevó»

CULTURA

Una casa de estilo sureño en Midtown, Atlanta, alberga el piso en el que Margaret Mitchell escribió la novela que dio origen a la película y que ahora es un museo

04 dic 2022 . Actualizado a las 16:55 h.

Descubrí Lo que el viento se llevó de niña. Primero en las rodillas de mi abuelo y luego en las tardes de Navidad en las que TVE entretenía al personal con la vida de la egocéntrica señorita Escarlata luchando por recuperar Tara. Al abuelo, que había pasado años al frente del proyector de un cine de pueblo, le gustaba recordar la que se había montado la tarde del estreno en aquella villa del interior de Lugo. La hasta aquel momento desconocida Vivien Leigh o los populares Clark Gable, Olivia de Havilland y Leslie Howard habían logrado llenar la sala. Y lo mismo hicieron muchos otros días. Colocaron Georgia (EE.UU.) -lugar en el que está ambientada la película- más cerca de la montaña lucense, aunque en lo único en lo que se parecen es en el color de las hojas de los árboles en otoño.

Su mérito y el de los directores Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood es que popularizaron un talento mucho mayor que el suyo. El de Margaret Mitchell, la autora del libro en el que se inspiró la película. A lo largo de una década esta escritora y periodista a contracorriente fue tejiendo la historia de una familia del sur en tiempos de la Guerra de Secesión norteamericana. El libro fue rematado en 1936, la película se rodó solo tres años después.

Gone with the Wind, el título original, fue escrito como entretenimiento. La autora empezó en 1926 tras sufrir un accidente que le lastimó un pie. Antes había trabajado como colaboradora en el Atlanta Journal. Ahí Peggy Mitchell, su seudónimo, se convirtió en un referente. Pero no alcanzó tanta fama como la que lograría años después.

No sabía lo que se le venía encima. Ni podía imaginar que la obra sería traducida a decenas de idiomas, que miles de personas acabarían en algún momento de su vida identificándose con el personaje de Escarlata, que Hollywood haría una película fundamental para la historia del cine, o que le concederían el Pulitzer por una novela que fue escribiendo de modo desordenado y caótico.

Hace unos meses, el abuelo se fue. Seguro que con el viento. Y tan solo unos días después, por casualidad, al bajar en la estación de metro de Midtown para dar un paseo por esa parte del centro-norte de Atlanta descubrí el lugar en el que empezó todo.

Entre grandes edificios de viviendas de la escuela de Chicago levantados a la sombra de esos modernos rascacielos que caracterizan el centro de la capital, vi una casa típica del viejo sur. En la entrada había una pequeña placa donde ponía que allí, en uno de los pisos de la planta baja, Margaret Michell había escrito Gone with the Wind. Un minúsculo museo ponía la guinda a aquel descubrimiento inesperado. Un cuarto lleno con todo tipo de productos de merchandising antecedía a las salas, mientras una muchacha daba hora para entrar en el piso de la escritora.

Fotos con sus amores, la máquina que utilizó cuando trabajaba de periodista, traducciones de Lo que el viento se llevó al portugués, al japonés..., una imagen de la escritora rodeada de botes de conserva comprados con los fondos de los royalties que dedicaba a ayudar durante la Segunda Guerra Mundial... Esas eran las reliquias del pequeño museo. Y por fin llegó la hora, la una y media.

Traspasar la pequeña puerta blanca del piso fue emocionante. Junto a la ventana estaba la máquina de escribir en la que Margaret fue alumbrando día a día la historia de Red, Escarlata, Melania... la historia del sur. Esa pequeña sala daba paso al dormitorio y este a la cocina. Era donde la escritora ejercía de cocinera amateur haciendo galletas en un molde que aún se conserva. Pero también fue ahí donde cocinó una historia con la que varias generaciones empezaron a amar el cine y la literatura. Una obra que convirtió en algo popular el momento en el que los estados sureños tuvieron que entender a la fuerza que aquellos negros que les habían servido gratis durante tanto tiempo eran sus empleados. Habían dejado de ser esclavos.