Luces y sombras del cine gallego

Borja de Miguel

CULTURA

Creadores invitados al festival Cinehorizontes de Marsella, este año con sección dedicada a Galicia, analizan la situación del sector

23 nov 2012 . Actualizado a las 18:47 h.

Galicia acaba de ser la invitada especial del 11.º Festival de Cine Español de Marsella, donde se han presentado los filmes O Apóstolo, de Fernando Cortizo, Crebinsky, de Enrique Otero, y Todo es silencio, con guion de Manuel Rivas, además de una selección de Luis Tosar y otra con los mejores cortos del Festival de Cans. El talento gallego, apuntan los autores, está en un buen momento, pero la situación económica y política ha puesto en riesgo de desaparición a toda una generación de creadores y amenaza con echar a perder todo el trabajo de desarrollo cultural de los últimos años.

«No sé si a raíz de la crisis, pero se ha prescindido de la cultura como algo no necesario», explica Cortizo, ganador con su filme del festival. «En el cine, la música, el teatro, noto desánimo. La gente no sabe hacia dónde tirar y muchos han decidido irse a Uruguay, Noruega o Suecia». Él ha sido uno de los últimos afortunados en recibir el apoyo de la desaparecida Axencia Audiovisual Galega y su película, con 5 millones de euros, es un rara avis en el sector gallego e incluso nacional. Para llevarla adelante, ha tenido que echar mano del crowfunding, con 610 coproductores y aportaciones desde 13 euros, y ahora pelea por mantenerla en 40 salas cuando hasta hace unas semanas la distribuidora le garantizaba 80.

«Muchas veces no es cuestión de más o menos dinero, sino de dar un respaldo a la gente que se dedica a esto»

«Con la cultura y la educación sucede como en los naufragios: se dice que las mujeres y los niños primero, pero todos sabemos que es una de las frases más hipócritas de la historia porque suelen ser los últimos», opina el escritor Manuel Rivas. Cortizo matiza que «muchas veces no es cuestión de más o menos dinero, sino de dar un respaldo a la gente que se dedica a esto». En definitiva, de respetar a un sector que termina siendo una carta de presentación en el exterior tan importante como la gastronomía o el textil.

Alfonso Pato, director de Cans, diferencia entre cultura viva y cultura muerta. «La situación en Galicia está condicionada por ese comecuartos insaciable que es la Cidade da Cultura. Eso es cultura muerta, en la que no participa el pueblo», destaca. Su festival reúne a 11.000 visitantes con un presupuesto de 85.000 euros -no garantizados para el 2013- y sus cortometrajes se reclaman desde Londres, París o Nueva York. Según él, «muchos responsables de la Administración se esconden tras la palabra crisis porque carecen de capacidad e ideas para gestionar la política cultural y audiovisual. Vas a un despacho y antes de los buenos días lo primero que te dicen es que no hay un peso. El problema es que al día siguiente anuncian grandes festivales a los que aportan cantidades indecentes que no tienen ni retorno económico ni rentabilidad social».

Al parecer, hubo un tiempo en que no era así. Según el actor Luis Tosar, «en un momento se apostó por proyectos diferentes, por una cinematografía identitaria que intentaba aunar esfuerzos y talentos de Galicia. Pero todo eso estaba respaldado por Manuel González [ex director de la Axencia Audiovisual Galega], que es alguien que sabe de cine y conoce el medio y a los profesionales, una de esas figuras que aparecen muy de vez en cuando». Para Enrique Otero, «González es una persona que debería estar ahí gobernase quien gobernase».

Presupuestos al límite

Gracias a su filosofía, él, como otros directores noveles, pudo debutar en los largometrajes con Crebinsky, una cinta que ha pasado por más de una decena de festivales y ha cosechado un buen abanico de premios. Sin embargo, hoy le resulta difícil obtener los 70.000 euros (presupuesto bajísimo) que necesita para su documental ficcionado Funes, sobre un genio de la aeronáutica gallego maltratado por la NASA. Otero comparte la opinión de Pato de que «Galicia tiene a los mejores creadores de su historia audiovisual en el peor contexto».

«La línea debería ser hacer cine desde lo que somos para mostrarnos fuera. Que el audiovisual tenga una marca no solo porque se haga aquí, sino también porque cuente algo de nosotros», opina Cortizo. Rivas no difiere: «Hay que hacer cine gallego en gallego y eso hoy no es obstáculo para la difusión. Tenemos que buscar un modelo creativo y de producción propio porque el temporal de la cultura puede capearlo tan bien, o mejor, una dorna como un Titanic. Tenemos que fletar dornas, y muchas».

Cómo definir y afianzar este nuevo modelo es una cuestión en la que todos los agentes, creadores, Administraciones y público, deberían estar implicados, pero parece claro que ha de cambiar la política cultural. Unos, como Rivas, opinan que «lo importante es invertir en educación, porque ahí está el hábitat de la cultura, y crear condiciones para que se desarrolle un ecosistema cultural de modo que la sociedad pueda germinar». Otros, como Tosar, proponen afrontar también el problema desde arriba y limitar el poder de las majors estadounidenses en el mercado -como en Francia- o crear leyes europeas para proteger la producción del continente. En todo caso, todos coinciden en que hay que cuidar más la cultura porque, recuerda Otero, «todo el mundo en su casa quiere un cuento para dormir y una canción para que la vida no sea tan gris». El reconocimiento externo ya existe, como acaba de verse en Marsella. Ahora quizás falta sentir el apoyo de puertas adentro.