Sonrisas en Oleiros

Antonio Sandoval Rey

OLEIROS

Antonio Sandoval

Dos zampullines cuellinegros pasan frente a esta playa de Santa Cristina

27 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre los muchos manuscritos que integran su Codex Atlanticus, Leonardo da Vinci nos dejó uno de sus más vivos recuerdos infantiles. Sucedió que estaba en su cuna cuando un milano, un ave de presa que también tenemos aquí en primavera y verano, se posó en ella.

Siglos más tarde, Freud dedicó muchos párrafos a interpretar esa imagen, a la vez que innumerables estudiosos la vinculaban a la posterior fascinación del genio renacentista por el vuelo de los pájaros.

Doy vueltas a todo eso sentado en la playa de Santa Cristina, con los codos apoyados en la rodilla y los prismáticos bien sujetos entre mis manos y mis ojos. Tengo ante mí un par de zampullines cuellinegros. Parecen robots espía de luminosos ojos rojos, disfrazados de pequeños patos para pasar desapercibidos. Dedican casi tanto tiempo a nadar entre las olas como sumergidos bajo ellas, en busca de alimento. 

Como la Gioconda

Llevo un rato fantaseando, según los observo, con que resuelvo uno de los enigmas que más han intrigado a los historiadores del arte: el secreto de la sonrisa de la Gioconda. Imagino que subo a un estrado ante decenas de especialistas internacionales en la obra de da Vinci. Advierto su recelo según ordeno mis papeles. Tomo aire y arranco con mi exposición.

Aparentando indiferencia ante sus expresiones de perplejidad, les explico lo siguiente: como gran estudioso de las aves que era, y poseedor de una detallista curiosidad, Leonardo quizá se fijó, en uno de sus muchos paseos pajareros, en el gesto de estas mismas aves que tengo ahora ante mí. Me refiero en concreto a la suave curva de la comisura de su pico, que parece dibujar una imperturbable media sonrisa, tan parecida a la que luce desde hace cinco siglos la protagonista del retrato más famoso de la historia.

A la mismísima Mona Lisa se le escaparía una carcajada al escuchar mi ocurrencia. Yo mismo me río según emergen de nuevo los cuellinegros. ¿Y ellos? ¿Sonríen ellos? 

Según nuestro ánimo

Claro que no. De hecho, si mi estado de ánimo fuera hoy otro quizá interpretaría esa línea de su pico como un gesto de discreta exasperación. Por ejemplo, ante la escasez de alimento bajo el agua. Esa es precisamente una de las muchas cosas que se han escrito acerca de la sonrisa de la Gioconda: su éxito radicaría en que cada uno la interpretamos a nuestra manera, a menudo de forma inconsciente. Yo, por ejemplo, cada vez que la veo me acuerdo de una amiga que siempre aprieta los labios cuando va a ser fotografiada... ¿Cuántas horas pasaría Leonardo mirando pájaros, mientras tomaba notas para su extraordinario códice sobre el vuelo de las aves? Sus minuciosos apuntes y esquemas, incluidos los que representan máquinas voladoras, revelan a un ornitólogo de primera división.

Imagino ahora que lo tengo sentado aquí a mi lado. El viento le alborota la barba y la melena. Le presto mis prismáticos, encantado de compartirlos con él. Y con el rabillo del ojo, mientras observa a los zampullines, intento averiguar si sonríe.

No crían en Galicia

Aunque sí lo hacen en numerosos humedales del interior ibérico y la costa del

Mediterráneo, los zampullines cuellinegros no crían en Galicia. Los que nos visitan en invierno llegan del norte.

Abanicos dorados

Su nombre se debe al color negro mate de su cuello en primavera, en contraste con unos

llamativos abanicos de plumas doradas que van de sus ojos a su nuca.