Un largo vuelo para ir al trabajo

Antonio Sandoval Rey

OLEIROS

antonio sandoval

Dos chovas piquirrojas cruzan sobre la ciudad cada día, fines de semana incluidos

07 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Las estoy esperando en el paseo marítimo de Adormideras. Sé que todas las mañanas pasan por aquí rumbo a su lugar de trabajo en las laderas del parque de Bens. Según los vientos, cruzan a mayor o menor velocidad el istmo de la ciudad. Cuando pega fuerte del norte o noroeste, lo hacen en la vertical de las fachadas que dan al Orzán. Si viene del nordeste, casi se dejan llevar sobre las azoteas, siempre y cuando las rachas no sean demasiado impetuosas.

Las escucho antes de verlas. «¡Kiaaaa...!». Sus voces, inconfundibles, me conducen siempre a los acantilados más salvajes de Galicia. Estas vienen de unos de ellos, la costa de Dexo, en Oleiros. Allí duermen y, en primavera, hacen su nido. Pero para comer necesitan campos de pastos abiertos con abundancia de invertebrados, un tipo de paisaje antaño común en la costa de esta provincia, pero ya muy escaso.

Descubro sus siluetas recortadas casi en mi vertical. Levanto los prismáticos. Cada una de ellas parece un par de anchos guantes negros de dedos muy estirados. Sus picos color coral brillan al sol aún bajo. Pasan rápido. «¡Kiaaaa...!». Me voy a verlas a Bens.

Muchas menos que antes

Con la decadencia de los herbazales de nuestro litoral, que compartían con vacas, caballos y algunas ovejas, también se redujo a finales del siglo pasado el número de chovas piquirrojas en este rincón de Europa. Algo parecido sucedió en otras zonas del continente. Hasta el extremo de que en el sudoeste del Reino Unido se han llegado a poner en marcha exitosos programas de reintroducción para favorecer su vuelta. Allí tienen claro que un paisaje no está completo si faltan sus aves de siempre.

Doy con ellas al poco de entrar en el parque. A las de Dexo se les unen aquí otras que acaso vengan de la costa de Arteixo. No me acerco, para no molestarlas. Me basta con verlas así, a distancia. Su plumaje negro reluciente y sus picos y patas rojas resultan incluso de lejos de lo más llamativos. Lo que antaño fue un vertedero repugnante es ahora su lugar de trabajo y reunión. De reunión, sí. Porque, como todos los córvidos, son unas aves muy sociables. A saber lo que se cuentan cada mañana.

Acróbatas aéreas

Al paso de un azor en vuelo de prospección, levantan el vuelo y se entregan un rato a jugar con el viento, como grandes mariposas de tinta negra. Hacen cabriolas, se persiguen unas a otras, dibujan veloces espirales descendentes... Y cantan. «¡Kiaaaa...!». Su nombre en gallego, choia, es onomatopéyico: una representación de su voz.

En Cornualles dicen que el rey Arturo no murió en la batalla, sino que se convirtió en chova. Por eso en esa región se considera que matarlas es de mal agüero. En consecuencia, deduzco, verlas con frecuencia debe de traer buena suerte. Por la tarde regresarán a Dexo. Yo ahora me tengo que ir a trabajar.

Dónde Observarlas

Al amanecer y al atardecer las chovas piquirrojas cruzan sobre San Amaro, Adormideras o la zona de la torre de Hércules. El resto del día lo pasan en Bens.

No confundir con...

Hay que tener cuidado de no confundirlas con los cuervos y cornejas. Las chovas son más pequeñas, y de vuelo más grácil. Si se pueden escuchar, ya no hay duda.