La Policía Nacional desaloja el narcopiso de la Sagrada Familia, en A Coruña

A. g. chouciño / F. Molezún / Alberto Mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Los agentes trasladaron a un okupa a Lonzas para ser identificado, encontraron multitud de objetos robados, pero en ese momento no había droga, por lo que no se produjeron detenciones

03 feb 2022 . Actualizado a las 19:48 h.

A una hora en la que los delincuentes duermen, agentes bien pertrechados se presentaron, este jueves a las 9.30 horas, en el número 17 de la calle San Lucas para desalojar un piso okupado en el que todo el mundo da por hecho que se traficaba con droga. Luego se supo que no solo de eso vivían los jóvenes que allí estaban. También del robo. O de cambiar por sustancias estupefacientes cualquier objeto valioso que el consumidor llevara. Bicicletas, monopatines, televisores... Había hasta cañas de pescar. Era tanta la mercancía de más que dudosa procedencia, que el 091 tuvo que llevársela en dos furgones.

Pese a que los informes policiales acreditaban que era un punto de trapicheo, en ese momento no había droga, de ahí que no detuvieran a nadie.

La intervención fue pacífica y silenciosa. Algunos vecinos ni se enteraron. Bajo la orden del juzgado de Primera Instancia número dos de A Coruña, el grupo de la Policía Judicial Distrito Sur de A Coruña asumió el trabajo de poner en su sitio a los okupas —en la calle—, y de llevar la paz a un inmueble que no tuvo un minuto de sosiego en los últimos seis meses. 

Españoles y magrebíes

El problema estaba en el tercero. En verano del año pasado, un grupo de jóvenes, españoles y de origen magrebí, tiró la puerta abajo y okupó la vivienda. «Desde el primer día comenzó nuestro infierno», contaba un vecino. Los problemas no solo los ponían los de dentro, también los que llegaban de fuera. A cualquier hora del día o de la noche se presentaban los consumidores. Muchos de ellos, con malas pulgas, lo que derivó en peleas o amenazas a los vecinos. Las escaleras estaban llenas de papelinas, pintadas, buzones rotos y hasta excrementos. La puerta del portal tuvo que ser arreglada en varias ocasiones. Tantas, que los residentes lo dieron por imposible y decidieron dejarla abierta. Porque al no funcionar el telefonillo, los clientes del narcopiso la franqueaban a patadas. En esa vivienda llegó a producirse un incendio intencionado. Alguien, por venganza, plantó fuego en la puerta. Aquel episodio evidenció una guerra entre clanes en la Sagrada Familia.

Era tal el estado de las zonas comunes, que uno de los vecinos, de origen africano, limpiaba a menudo, de arriba abajo, con lejía. Lo hacía de manera voluntaria y a cambio de nada. «No soporto vivir entre tanta suciedad. Aquí hay niños, personas mayores y hasta un inválido», decía este residente, que este jueves se llevó, como el resto de los vecinos, una gran alegría poco después de despertarse y ver a los intrusos salir de uno en uno.

La policía sabía todo lo que allí pasaba. Fueron varias las veces que tuvieron que acudir al edificio. Pero los agentes, sin el visto bueno del juez, no podían hacer más que poner orden. En alguna ocasión, la Policía Nacional envió al lugar a funcionarios para identificar a todo el que allí iba. Era un intento de presionar a los okupas para hacerles saber que estaban bajo vigilancia y que lo mejor que podían hacer era marcharse. No lo hicieron. El propietario del piso no vio más opción que presentar una denuncia y la Justicia actuó rápido. Este jueves, con la orden de desalojo en la mano, se pudo entrar y sacar a los moradores. Dormían cuando los agentes llamaron a la puerta. Les abrieron y los sacaron. Uno de ellos, sin documentación, fue trasladado al cuartel de Lonzas para saber de quién se trataba. Los otros cuatro cogieron sus enseres en bolsas y fueron saliendo a la calle. No se fueron muy lejos. Quedaron a la vuelta de la esquina, en la avenida de Fisterra. Con dos perros. 

«Hostal de traficantes»

Pese a que había cinco hombres, los vecinos contaron que no siempre eran los mismos, que «unos días había diez, otros había tres. Era como un hostal de traficantes». Lo peor de todo, es que hace unas semanas intentaron ampliar la infraestructura del negocio al intentar okupar el cuarto piso, en el que no había nadie. Rompieron una ventana y forzaron sin éxito la puerta. Los residentes avisaron de inmediato al dueño, que puso cada cosa en su sitio y alquiló la vivienda. Se adelantó. De no haberlo hecho, «no sé que sería de nosotros», explicó un joven vecino que recordó que en alguna ocasión se las tuvo que ver con los okupas o sus clientes. «Uno rodó escaleras abajo», recordaba este jueves.

Ese chico logró ser respetado por los intrusos. Pero la mayoría de los residentes los temían. Dos mujeres de avanzada edad no se atrevían a salir a la calle si no era con la compañía de otra persona. «Vivíamos con miedo. Pasábamos la noche escuchando ruidos y levantándonos de la cama por si estaban intentando entrar en nuestras casas», afirmó una mujer.

Pero llegó la policía y mandó parar. Lo hizo con la unidad canina para el rastreo de las sustancias estupefacientes que se pudiesen encontrar.

Lo que más encontraron fueron objetos presumiblemente robados. Y todo hecho un asco. El piso, de unos 70 metros cuadrados, con tres habitaciones, baño y cocina, estaba completamente destrozado. No tiene ni una puerta rota. Como si las abrieran a patadas o puñetazos. La basura se mezclaba con montañas de ropa. El baño, como el lavabo o la ducha, hecho pedazos. «Pocas veces nos hemos encontrado un piso en tan malas condiciones», decía un oficial del juzgado que acudió a dar fe del desalojo.

"Los vecinos vamos a estar vigilantes porque creemos que van a querer volver"

En cuanto la policía desalojó el narcopiso, los vecinos pudieron hacer lo que se hace en cualquier comunidad. Hablar en los rellanos. Volvieron la paz y las sonrisas. Se formaban grupos y acordaron estar muy vigilantes en las próximas semanas. El hecho de que los desalojados se quedasen en las inmediaciones del edificio una vez que salieron, les preocupa. Dicen que van a querer volver. «¿A dónde van a ir ahora?», se preguntaba uno de los residentes.

Pero lo primero es arreglar los desperfectos que dejaron, que son muchos. No ya en el piso usurpado, cuyo propietario acudió junto a la comisión judicial y se encontró lo que nunca se imaginó. «Sabía que todo iba a estar revuelto, pero nunca pensé que iba a ver tanto destrozo», lamentaba. El acondicionamiento le va a salir en un pico. Porque no hay nada salvable. Ni las paredes, ni el suelo. Y del mobiliario no se va a poder rescatar ni un tornillo. Los operarios encargados de tapiar el inmueble se tuvieron que marchar a por más material al ver el mal estado en el que se encontraron la puerta de la vivienda.

Piso aparte, las zonas comunes también tendrán que ser reformadas. Sobre todo entre el portal y el tercero. Todo lleno de pintadas, cristales que dan al patio de luces completamente rotos, buzones arrancados... Y el suministro de electricidad. Esa es otra de las cosas que preocupa a los vecinos. Cuando los okupas llegaron, engancharon la luz. Pero no como un profesional, «fueron unos chapuzas. Hay pisos a los que no les llega la factura y otros que les llega muy inflada».