Arturo Franco Taboada: «Nunca en mi vida he sentido envidia»

Por Pablo Portabales

A CORUÑA CIUDAD

ANGEL MANSO

El arquitecto acaba de cumplir 72 años

24 sep 2017 . Actualizado a las 12:02 h.

Cumplió 72 años ayer. «Soy de la quinta del 45. No me quejo». Viste camiseta negra de Calvin Klein, lleva pulseras de cuero en ambas muñecas y luce un moreno intenso. «No es de aquí, que el verano fue muy malo, acabo de llegar de Grecia», aclara sobre la tonalidad de su piel. Quedamos en el café Continentale, de Padre Feijoo, donde casi es imposible hablar del insoportable ruido que hay. Arturo Franco Taboada aparca su bicicleta en la entrada del local. Pide una cerveza. «Soy un pionero de la bici en la ciudad, desde mucho antes de que hubiese paseo marítimo. La libertad que te da es algo único. Te recomiendo el libro Einstein y el arte de andar en bicicleta, editado por Ben Irvine», afirma. Parece que el secreto para lucir un aspecto tan lustroso es pedalear. Se ríe. «Muchas gracias, la bici y, sobre todo, la genética. Por ejemplo, mi madre se mantuvo igual hasta que fue muy mayor. Y también influye la suerte. Hombre, procuro no atiborrarme, pero no me privo de nada. Tomo mis cañas, mis whiskis de vez en cuando, y paso la ITV, me hago mis analíticas», se sincera.

 Segundo de siete hermanos, nació al lado de la iglesia de San Jorge. «Cuando tenía 6 años, como la familia iba creciendo, nos fuimos a vivir a la zona de Santa Margarita. Mis recuerdos de las gamberradas de chaval y de adolescente son por la cantera». Hijo de abogado, a ninguno de los descendientes se le dio por seguir los pasos del progenitor y casi todos orientaron sus carreras hacia la arquitectura. «Creo que es por mi madre, que pintaba muy bien y era muy inquieta, por eso siempre nos gustó el dibujo», analiza antes de dar un sorbo a la cerveza.

Padre orgulloso

Es padre de dos hijos. Arturo, el mayor, fruto de su primer matrimonio, es arquitecto en Madrid. Andrea, periodista, de 31, es de su segundo matrimonio. «Vivo separado de mi mujer, pero somos gente civilizada. Puedes fracasar en el amor, atravesar por problemas económicos, pero la extraña historia de vivir te la compensan los hijos. Estoy muy orgulloso de ellos y los admiro», comenta.

A sus 72 recién cumplidos sigue trabajando y produciendo. «No tengo ningunas ganas de retirarme. Prefiero palmar con las botas puestas», apunta este arquitecto que cita como sus trabajos favoritos «el centro de control de túneles de Pedrafita y una casita que tengo en Redes. El mejor creo que es uno que no me encargaron todavía», comenta sonriente. Gran aficionado a la cartografía y a la pintura, considera esta como «una avanzadilla de la arquitectura». También sigue escribiendo y está a punto de presentar dos novelas. «Una es El viaje de Bolzano, que está ambientada en el Berlín de los años veinte. La otra es La afrenta de Las Antillas, que cuenta los ataques de Francis Drake a las colonias españolas, como Cartagena de Indias o República Dominicana».

Hablamos de la ciudad. «Pasamos por un momento complejo por desencuentros políticos. Creo que hay que aunar voluntades para sacar proyectos adelante. Deberían entenderse porque hay mucho por hacer en A Coruña», analiza. «Se han realizado intervenciones en las que ha primado la codicia inmobiliaria y que ahora son difíciles de arreglar. Pero no solo aquí, también en otras muchas ciudades».

¿Y el edificio de Fernando Macías? «En su día fue muy denostado por el colegio de arquitectos e incluso por los estudiantes de Arquitectura, que lo consideraban un pastiche. Hasta hubo manifestaciones. Lo cierto es que existía un magnífico edificio de oficinas con un muro cortina de cristal, de los primeros que se hicieron en Galicia, que fue derribado para sustituirlo por un edificio de estilo seudoneoclasicista, de cartón piedra. Tenía mucha más categoría el anterior. Pero es que además tiene exceso de edificabilidad. Es más grande de lo que permitía la legislación. No se sabe si se ejecutará la sentencia porque hacer un derribo de la parte ilegal costaría muchísimo dinero», analiza el arquitecto.

Antes de despedirnos le pregunto por su principal virtud y contesta: «La paciencia. Intento ser comprensivo. Sé esperar y cuando esperas las cosas acaban saliendo. Nunca he sentido envidia, creo que en eso he salido a mi padre, que se alegraba de los éxitos de los demás. En cualquier caso creo en las posibilidades que ofrecen las contrariedades. Me atraen más los perdedores», comenta Arturo Franco Taboada, que cree que la gente es muy dada a prejuzgar. «Hay quien piensa que soy un tío arrogante, soberbio, que va de sobrado, que me he forrado, pero para nada». Salimos del estruendoso local. Fuera le espera su bici. «Tiene más de 30 años», me dice.