Los Mallos también tiene su calle peatonal, Ángel Senra, con la ferretería El Compás y la carbonería La Mina, que durante la temporada de verano alimenta las brasas del churrasco dominguero de media comarca.
-Vamos a la peatonal.
A Ángel Senra se le llama, así, la peatonal, para abreviar. En los Mallos son mucho de abreviar, de ir al grano y punto.
En una ciudad que tira hacia arriba siempre que le deja el plan general, los Mallos es una de las reservas urbanas de las casas unifamiliares, que aquí no tienen el empaque de los chalés de Ciudad Jardín, pero que dan algo de luz al urbanismo local con sus limoneros y sus camelias en los patios. De niño me intrigaban los vidrios rotos de colores que clavaban en lo alto de aquellos muros para espantar a los cacos.
En estas manzanas de casas bajas uno puede repasar la geografía de la EGB, o enumerar los mil ríos de la leyenda, porque hay mucha calle con nombre de río, Sil, Eume y así. Aunque los de la Logse ya no se lo crean, de pequeños teníamos que rellenar muchos mapas mudos a fuerza de memoria, con los afluentes del Ebro, y hasta del remoto Volga.
Si uno quiere ver el lado enxebre de la fuerza tiene que parar en la bodega Présaras, servicio a domicilio, en la empinada cuesta llamada Filipinas, o asomarse a la maltrecha calle Europa, que explica mejor que todos los análisis políticos el zarrapastroso estado de la Unión.
Eso ya es por la Sardiñeira, que mira desde lo alto a la estación de tren y su playa de vías.
La Sardiñeira empieza arriba, junto al mercadillo de los martes, todo a 2 euros, y va resbalando por las cuestas hasta la estación de San Cristóbal.
Los factores jubilados de la Renfe se asoman a la verja para jugar en la distancia con su Ibertren de tamaño real en esta estación donde mueren los caminos de hierro y nunca pasan de largo los trenes. Es una estación de punto final. Como la propia Coruña, que no es una ciudad de paso, sino definitiva.
El jubilado lía un pitillo y afina la puntería:
-Dicen que en Nueva York no hay AVE ni nada.
-Pues aquí vamos a tener un AVE a los Mallos.
-Será a la Sardiñeira.
-Pero a mí el tren que siempre me gustó es el de Andrés do Barro, que va pasiño a pasiño polo seu camiño.
-Acabáramos.
En los bares de los Mallos todavía hay serrín por el suelo. No todo está perdido.