¿A qué sabe Coruña?

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

BETANZOS

12 oct 2017 . Actualizado a las 12:16 h.

El título me ha quedado un poco de anuncio publicitario, y aunque en plan metafórico una puede pensar que Coruña sabe sobre todo a mar, es cierto también que, además de al océano, esta ciudad guarda en esencia muchos más sabores. Solo hay que comprobar adónde llevamos a nuestros colegas cuando vienen de visita aquí para entender que en los últimos años Coruña tiene dos caminos que conducen casi siempre al mismo plato: la tortilla de ¡Betanzos! y el pulpo á feira. En esa bifurcación, y aceptando todas las propuestas Michelin posibles, se ha instalado el buen comer de nuestra queridísima ciudad que, con todas las exquisiteces que tiene, sigue dejando olores en el recuerdo. Solo hay que volver a aquellos bocadillos de calamares que daban en la plaza de Ourense y que hacen aún relamer a más de alguno. Como los del Otero, con su rebozado grueso característico, que siguen ahí deshaciéndose en nuestro paladar por mucho que el local haya desaparecido. Basta con pasar por allí de vez en cuando para comprobar cómo nos huelen.

ENCARNA GACIO, LA PERSoNA QUE DESPACHABA LOS MÍTICOS BOCADILLOS DE CALAMARES DE LA  PLAZA DE ORENSE
ENCARNA GACIO, LA PERSoNA QUE DESPACHABA LOS MÍTICOS BOCADILLOS DE CALAMARES DE LA PLAZA DE ORENSE CRISTINA SÁNCHEZ

Tal vez por eso (y sin magdalenas de ningún tipo por el medio) es nombrar el Linar y a mí me entran unas ganas terribles de un sándwich bien calentito, servido con toda la delicadeza de aquellos camareros que cuando era pequeña me parecían de lo más sofisticado. He probado muchos sándwiches mixtos (ricos, ricos muy pocos), pero sin duda me quedo con los del Linar en compañía de mis tías las tardes del sábado. Claro que no se me ocurriría decir públicamente que Coruña sabe a bocata ni a emparedado, sino a mucho más. A los callos del Gasógeno dirán algunos, aunque para mí -además de los de mi abuela- no hay otros como los de Nely, la del Taboo, aquellos domingos de mediodía cuando salíamos de ver al Liceo de hockey y el vermú era una fiesta infantil. Otros estoy convencida que saborean aún el salpicón de Antonio, en La Iebolina, o el marisco del Manda Truco. Seguro que la mayoría hemos hecho la ruta de los vinos y tenemos claro que Coruña no es lo mismo sin las tazas, el queso y los chicharrones de La Traída, que servían las dos hermanas, las Viudas o las Rubias, o como les llamasen entonces. ¿Acaso es lo mismo esta ciudad sin los pinchos de la Bombilla o todas las sorpresas degustativas del piroliño, los tigres rabiosos, los tequeños, el cocodrilo y aquella tapa de bistec del Jalisco?

Cada cual tendrá en su cabeza el irresistible gusto de un tiempo, incluso el de las hamburguesas de Feypo a altas horas de la noche cuando el estómago se ponía salao. Pero no me olvido de nuestro lado dulce, de nuestra guerra churrera ni del helado de la Ibense ni de la milhoja de Berna, ni de las pastas de Hildita ni, por supuesto, de nuestro roscón.

Coruña tiene un sabor especial, y ese toque personal, nuestra pizca de sal, que cada uno le pone en su recuerdo.