—¿Esa es su filosofía?
—Sí. Hay que correr cuando hay que correr. Algunas veces nos pasamos haciendo las tiradas largas, pero hay que controlarse.
—¿Qué es «ir con calma» para una atleta como usted? ¿Cuál es su ritmo de trote cochinero?
—4’ 40 de ritmo. 4’ 50 tal vez...
—¡Ahora entiendo que batiera el récord del 3.000!
—Eso fue muy bonito. No pensé que lo pudiera hacer. Mi entrenador me decía que sí, y llegó el día y lo hice. [Karina batió este año el récord de los 3.000 metros en su categoría, Máster 40, con un tiempo de 10’ 33"].
—¿Hasta qué punto es importante tener un buen entrenador?
—Es clave. Al mío, Diego Crespo, le tengo que agradecer un montón de cosas. Él me motiva muchísimo y siempre está buscando la manera de que yo mejore en todo. Eso póngalo, eh, por favor.
—¿Cuándo empezó a correr?
—Hace diez años. Antes hacía bici, pero se me metió en la cabeza correr una media maratón y empecé a entrenarme con los del Sada, que había un grupito muy guay allí.
—¿Cómo fue su primera vez?
—Lo recuerdo perfectamente. Fue una Coruña 10. Me apuntó mi marido y yo no sabía si podría correr los diez kilómetros seguidos. La hice en 53 minutos. Y este año la saqué en 38.
—¿Cuál es su distancia favorita?
—El 1.500.
—¿Es velocista?
—Me gustaría, pero no lo soy. Soy fondista. Gustar, me gusta el 1.500, pero no me va bien. Entonces, corro distancias como el 3.000 en pista cubierta o el 5.000. Puedo ir rápido mucho tiempo.
—¿Qué hace más daño al correr?
—Cuando vas en fatiga, es muy difícil concentrarse. Si piensas que no puedes, intenta borrar esa idea. ¡Delete [eliminar en inglés]!
—¿En qué hay que concentrarse?
—En la planta de los pies. Durante la carrera, hay que concentrarse en empujar el suelo con los pies y no pensar en otra cosa: pum, pum, pum... Hay que ser muy consciente de los pies.
—¿No cree que correr es, en cierto modo, como meditar?
—Sí, totalmente. Es esa sensación.
«Algún capricho sí me doy, descubrí el chocolate con pistacho y es una delicia»
A Karina Callón le inculcaron el deporte desde pequeña, tanto en la escuela como en el instituto. Nos atiende a las cinco de la tarde, recién terminado su entrenamiento de hora y media, en la pista universitaria de Elviña.
—Qué papel tan importante juega el ámbito educativo a la hora de iniciarse en el deporte, ¿no?
—Sí, de hecho, gracias a eso, yo siempre hice algo. Jugaba al voleibol o practicaba cualquier tipo de deporte, tanto en las primeras etapas como en el bachiller.
—Vayamos ahora a datos más concretos. ¿Cuántas zapatillas deportivas tiene?
—¡Un montón! Últimamente, me he vuelto un poco rara con eso. Tengo muchas y de todas las marcas. Adidas, Nike... No sé decirle cuáles son las que más me gustan, porque ha cambiado todo tanto que está muy revolucionado el mercado. Lo único con lo que estoy verdaderamente contenta es con los clavos que me compré hace poquito. Fue como cuando me pusieron las gafas de pequeña. Se me abrió el mundo. Sentí lo mismo.
—¿Sigue alguna dieta especial?
—Soy celíaca y tengo mil intolerancias. Ya solo por eso no puedo comer de todo. Como variado, de lo que puedo.
—¿Se permite algún capricho?
—Algún capricho sí que me doy, de vez en cuando. Descubrí el chocolate con pistacho y es una delicia. Eso tiene que ser pecado. ¡El chocolate es mi debilidad!
—¿Qué es lo mejor de correr?
—La libertad que sientes. Correr es mi pastilla. Después del entrenamiento, me quedo feliz. Lo descargo todo. A veces no tienes ganas, pero, tras la ducha, te sientes nueva.
—¿En qué trabaja?
—Trabajo en el departamento de administración de la Fundación Adcor. Llevamos la contabilidad.