La tarde que empezó todo para el Deportivo

A CORUÑA

CÉSAR QUIAN

06 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Los mayores lo contaban, pero ni Google ni YouTube podían ayudar a dar verosimilitud a batallitas sospechosas de estar infladas por la mitificación del pasado. Parecía realismo mágico ese Riazor abarrotado y en el que el Deportivo había sido subcampeón de Liga y amamantado a Juan Acuña, Luis Suárez y Amancio. La plomiza realidad para los chavales que en los setenta y ochenta se interesaban por el equipo era otra. Domingos grises, transistores y fiascos que periódicamente terminaban con una capitulación en casa: el año que viene no nos hacemos socios. En verano algún fichaje pasable transformaba la desafección en contenida esperanza para volver al estadio. Y así transcurrieron casi 20 años. El fútbol de verdad era aquello que pasaba de largo muy de vez en cuando y se convertía en recuerdo: los partidos del Mundial de España 82, las tardes de verano del trofeo Teresa Herrera, las visitas de la selección... Golpe a golpe el deportivismo se había forjado un escepticismo que se miraba en un espejo: la manera de ver el mundo de Arsenio Iglesias, el entrenador que terminó sacando al equipo -otra vez- del pozo. Por eso hasta él mismo fue víctima de ese permanente estado de sospecha en el que se instaló la grada, en la que lució una pancarta infame a los ojos de hoy: «Propóntelo y vete». Las crónicas de la época ya lamentan -¡en 1991!- cómo la imparable implantación del fútbol moderno se había llevado hacía tiempo por delante el romanticismo del viejo fútbol. Por eso, después de una de las grandes tragedias de la historia del club, el ascenso perdido frente al Rayo en 1983, un símbolo como Traba criticaba no haber sobornado al árbitro para no dejar el ascenso al capricho del balón. Porque así era cómo se hacían las cosas. Una época que cerró «el día del Murcia». Aquel Riazor colgó el cartel de no hay billetes y se pudo comprobar lo que era un estadio lleno de verdad. Ardió una grada y miles de personas ocuparon el césped y las viejas pistas de atletismo hasta que desapareció el fuego y se reanudó el partido, pero ninguna se marchó a su casa. No había huecos ni en el terraplén que iba de las puertas de entrada del estadio hasta la grada de general, donde los goles se tenían que celebrar en maniobras de equilibrismo para no caer pendiente abajo. Y llegó el ascenso, lo más parecido a un título para varias generaciones. Si la Liga del 2000 se gestó sobre las enseñanzas del equipo que sufrió el penalti de Djukic, el Superdépor existió gracias a los héroes que derrotaron al Murcia. La tarde que empezó todo.