Nació en Negreira, fue futbolista y procurador de los tribunales y falleció este jueves a causa del coronavirus
16 abr 2020 . Actualizado a las 09:39 h.Antonio Pardo Fabeiro fue procurador de los tribunales y vicedecano del Ilustre Colegio de Procuradores. Nació en Negreira, pero residía en A Coruña desde hace más de 50 años. Falleció el 9 de abril, en el Chuac, por el coronavirus. Deja viuda, Soledad Collantes; dos hijos, Antonio y Eduardo, y dos nietos. Escribe uno de sus allegados (prefiere hacerlo desde el anonimato) que el Jueves Santo A Coruña perdió a uno de sus vecinos más entrañables. Antonio, genio y figura, señor y maestro de vida y bondad, emprendió su camino de no retorno. Son tantos los que se quedaron con las ganas de poderse despedir de él y transmitirle su respeto, cariño y admiración, que pretenden estas líneas dirigirle unas palabras en su nombre.
Podría recordar muchas de las infinitas anécdotas que todos tenemos contigo, pero como tú eres el protagonista, me limitaré a citar una especialmente inolvidable. Tras decenas de procuradores de los tribunales que juraron respetar sus obligaciones profesionales honrados bajo tu padrinazgo, tuve el honor de ser el primer abogado que hizo lo propio también contigo como padrino. Cuando te lo pedí, te sorprendiste, pues a pesar de llevar colegiado durante décadas como letrado, tu ejercicio y leyenda lo era en la Procura, pero encantado aceptaste la propuesta.
Te fuiste en la Semana Santa, preciosa metáfora para quien, como tú, eras un referente de principios y valores para tantas personas. Familia, amigos, compañeros de profesión, vecinos... hoy todos lloramos tu ausencia, y aspiramos a haber sabido aprender de tu bondad y saber hacer.
En tus tiempos de entusiasta futbolista, en la S.D. Negreira, en el Racing de San Lorenzo, o en el Victoria de San Lázaro, la grada se revolvía al grito de «¡hala Tonciño!», cada vez que emprendías una de tus célebres galopadas. Hoy todos gritamos también «¡hala Tonciño!», para darte ese justo aliento que te ayude a llegar a lo más alto; aunque, realmente, para eso tú no necesitas aliento pues, aunque compartieras tu vida terrena con nosotros, siempre estuviste en lo más alto.
Decías que «la suerte no perdura, ni la buena ni la mala». Espero que la suerte de haber podido aprender a ser mejores personas con tu ejemplo perdure siempre en todos los que tuvimos el privilegio de haberte conocido.
Que la tierra te sea leve, querido Ton, y que nunca sea capaz de borrar tu ejemplo y tu recuerdo.