Que el teléfono móvil te acompañe

Antía Díaz Leal CORUÑESAS

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

De verdad compensa atesorar un vídeo casero en el móvil mientras nos perdemos el momento real? ¿Nos hemos acostumbrado tanto a la pantallita que lo que no vemos a través de ella no existe?

10 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Confieso que no siempre soy capaz de cumplir con la norma de no estar pendiente del teléfono móvil si estoy a otras cosas. Pequeños ejercicios como no dejarlo nunca encima de la mesa a la hora de las comidas compartidas, o evitar revisar el correo antes de dormir se van convirtiendo en rutinas... aunque la campaña electoral no ayuda y el bombardeo constante de mensajes de los que estar pendientes va a hacer que estas dos próximas semanas a los del gremio se nos convierta el móvil en una tercer mano, un tercer ojo, un segundo cerebro y sabe dios qué más casi las 24 horas del día.

Por esa sobreexposición, a veces tan irritante, a la que estamos sometidos los que trabajamos en los medios, me resulta cada vez menos comprensible que alguien viva pegado a la pequeñísima pantalla en momentos que a mí me parecen de desconexión total. El pasado domingo, la Film Symphony Orchestra ofreció en el Palacio de la Ópera el segundo de los conciertos de su gira, dedicada este año a John Williams. Con las bandas sonoras de Indiana Jones, La guerra de las galaxias o Harry Potter, no extraña que a pesar de ser domingo y terminar tarde, haya mucho cativo entre el público. En el descanso, los niños aprovechan para estirar las piernas, comentar la jugada, comprar chuches o esperar sentados a que llegue su música preferida. A los nostálgicos que pasamos de los 40 ya nos ha subido una bola de emoción desde las tripas a la garganta con los maravillosos acordes de la banda sonora de ET o de Encuentros en la tercera fase. Pero lo mejor de los descansos es echar un vistazo a quien te rodea... o no. Porque este domingo si algo llamaba la atención era descubrir que, salpicados por todo el auditorio, buena parte del público se dedicaba a consultar el móvil. Sin distinción de edad o de género, allí estaba medio patio de butacas teléfono en mano, mirando Facebook, el WhatsApp o el Marca. Siento la indiscreción, no se miran las pantallas ajenas, pero cada vez son más grandes y estábamos todos demasiado cerca. Me dirán que en ese rato muerto cada uno hace lo que quiera, y solo faltaría. Pero una se sigue sorprendiendo cuando mira a su alrededor y ve a medio mundo concentrado en su pantalla. Y mucho más cuando suena el fin de fiesta y con los arcos de la sección de cuerda convertidos en espadas láser, la pareja de al lado, dos vecinos más de fila, y tres o cuatro en las butacas de delante, solo en mi zona, desenfundan sus móviles y empiezan a grabar. ¿De verdad compensa atesorar un vídeo casero en el móvil mientras nos perdemos el momento real? ¿Nos hemos acostumbrado tanto a la pantallita que lo que no vemos a través de ella no existe? Los que no empuñábamos el móvil también estábamos allí, de verdad. Aunque no podamos demostrarlo.