Abuelos con marcha en el Ventorrillo

R. Domínguez A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

Con bastones y a su ritmo, 25 mayores caminan a iniciativa de profesionales del centro de salud, que investigan los beneficios de la marcha nórdica para frenar la dependencia

02 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«No sé cuántos años tengo, pero llego aquí y parece que me siento de 40. ¡Y creo que los doblo!», resume Jesusa González, una de las 25 abuelas y abuelos que forman el grupo de marcha nórdica del centro de salud del Ventorrillo. Dos veces a la semana, bastón en mano y acompañados por Cecilia, la fisioterapeuta, y Pili, la enfermera, salen de ruta por el entorno, animados por los profesionales de atención primaria. La doctora Regina Basadre es la impulsora de esta iniciativa que, para Rosa García, una jovenzuela «de 28, pero al revés», bromea, «es muy relajante». «Ahora voy mejor», dice la señora que, como tantos, lleva el peso de la vida en las cervicales.

«Eu teño 42... en cada pata», apunta Elvira, que baja desde Bens para no perderse una actividad que «a dor non ma quita, pero mal non me fai». De las sesiones de marcha nórdica, con paradas para ejercicios en parques y plazuelas, agradece sobre todo «ver a moita xente e falar con todos, porque eu o que quero é falar».

Prácticamente todos superan, a veces de largo, la séptima década de la vida. A estas alturas, quién les iba a decir que, mientras hacen ejercicio, ejercen de particulares conejillos de indias para todo un proyecto de investigación avalado por el Comité Ético de Investigación de Galicia.

Conocidos son los beneficios, más que estudiados, de la práctica de actividad física: baja el colesterol, la diabetes, evita la osteoporosis, mejora los músculos, el esqueleto, la salud cardiovascular... y hasta el ánimo. La duda de si las personas mayores que se mueven más es porque están sanas o están sanas porque se mueven más llevó al equipo de la doctora Basadre a tratar de cifrar qué podría aportarles a colectivos vulnerables realizar algo de deporte. Y pensaron, obviamente, en los mayores a los que la edad les pesa no solo en los huesos. «Yo, desde que empecé, me noto las piernas más ligeras», refrenda Encarna Pérez Ramos, que acude acompañada por su marido, Rogelio Gómez Andrade. Él, uno de los contados varones en el grupo, confiesa encontrarse «perfecto entre tantas mujeres», dice bromeando. Ya más serio, apunta cuánto cura el entretenimiento: «Mientras uno camina -dice- no le vienen ideas a la cabeza».

«Hay un término en auge, la fragilidad, que es un estado de pre-dependencia, un predictor a cuatro años vista bastante importante del grado de autonomía, incluso más que la propia patología», explica Basadre. Y se puede medir. Simples pruebas como comprobar la velocidad de la marcha en apenas cuatro metros, el equilibrio durante diez segundos o la capacidad para levantarse y sentarse de la silla, sin agarrarse, cinco veces seguidas sirvió para computar el grado de fragilidad y reclutar, entre los pacientes del centro de salud, a aquellos mayores que podrían beneficiarse del mejor tratamiento para evitar esa deriva hacia la dependencia: el ejercicio adaptado a sus posibilidades. «La marcha nórdica es muy completa, tanto como la natación, mueven hasta el 90 % de los músculos, no solo las piernas y puede hacerlo todo el mundo», insiste.

Ellos aseguran estar «encantados» y Pilar Vilariño, la enfermera, refrenda que «en unos meses han mejorado una barbaridad, no solo en movilidad, sino también en coordinación. Y tienen -concluye- sentimiento de grupo».

Curarse las heridas de la soledad

Para el proyecto, que Basadre confía tenga continuidad, contaron con la Diputación, que compró bastones ergonómicos, y de la Fundación Novoa Santos del Chuac. Antes de empezar, se testó la fragilidad de los mayores, que volverá a medirse al final para computar resultados. Hay enfermos de párkinson, alguno que apuró la convalecencia de una trombosis para volver, y daños de pérdidas irreemplazables de los golpes del vivir. Por lo pronto, «la sensación de mis compañeros es que vienen menos a las consultas», dice Basadre. Salvo diluvio, que obliga entonces a usar el patio del centro del Ventorrillo, la marcha les lleva por el barrio al aire libre y propicia la charla. Se crean vínculos, salen de casa y socializan a veces en situaciones complicadas. «Es -concluye- una forma de curarte la soledad de hacerse mayor».