Se nos está acabando una estirpe, el linaje de los camareros de siempre, con su traje oscuro, su pajarita y la bandeja redonda de latón en la mano. Es verdad que a cambio se nos ha sumado un nuevo perfil acicalado en una estética hipster, caracterizada por el uso del delantal y una barba larga y poblada que a veces incluso se acompaña de coleta. Es otro estilo que impera y que ha ido poco a poco desbancando a los camareros clásicos que llenaban los cafés. De lejos aún recuerdo a los del Linar, con su chaquetilla corta blanca que encajaban a la perfección en aquel monumento del salón de tarde que representaba el local. Como el Cantón Bar, que guardaba detrás de su puerta enorme el mismo espíritu, con los camareros uniformados en la barra. En Coruña cada vez quedan menos que cumplan con el canon oficial de antes, y entre todas las cafeterías representativas hay una que se ha erigido como templo de un savoir faire único, por su mezcla explosiva, abigarrada y entrañable: el Manhattan. Una curva que es un gran ventanal para ver y ser visto.
Entrar en el Manhattan siempre es un destello al pasado reciente, que quiso ser moderno, con toda la parafernalia sin embargo de las formas de postín. Me lo contaba hace unos meses su responsable, Perfecto Taibo, quien confesaba que a lo largo de más de 40 años que lleva esta cafetería abierta siempre había apostado a la antigua por la cercanía con los clientes. Allí los catorce camareros no fallan en su vestimenta, pero menos lo hacen a la hora de servir el triángulo imbatible que le ha dado su seña de identidad: la empanadilla, la croqueta y el cuadradito exacto de tortilla. Siempre acompañadas con sus palillos y las servilletitas finas ribeteadas de color azul y rojo. No sé si algún día mis hijos recordarán esa extrañeza -ya de hoy- que enmarca una curiosidad tan nuestra, en una época en la que el Manhattan, como su propio nombre indica, es todo un lujo.
También por una clientela variopinta, postinera en el cardado y el prendedor de corbata, que fija a la hora del desayuno, del aperitivo, del cortado de la sobremesa, del sándwich de tarde y de la copa de noche un ambiente singular. Es cierto que todos en algún momento hemos pasado y pasaremos por el Manhattan, aunque sea por esa inercia tan en desuso de que un profesional nos sirva con el modo del usted, ahora que lo que se lleva es el autoservicio. Solo hay que recorrer la ciudad para darnos cuenta de que la tendencia es que cada uno se coja su bandeja y le dejen el tique encima. El Manhattan, desde luego, es peculiar en eso y sirve a la contra con su estilo peculiar. Es de los pocos locales en los que todavía el traje hace al camarero. Una exquisitez.