¿La Zamorana conoció al Perchas?

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

20 oct 2016 . Actualizado a las 18:45 h.

La primera vez que le oí contar la historia a mi abuelo no sabía si morirme de miedo o reírme a carcajadas por cómo reaccionaban todos a su alrededor. Él, claro, lo relataba con gracia. Recordaba a una señora, la Zamorana, enjuta y muy alta, llegada a Coruña de Zamora -de ahí el mote- que se cobijaba en los nichos de San Amaro, donde la pobre en aquellos años duros dormía como podía. La Zamorana tenía una voz muy gruesa y además fumaba mucho, así que una madrugada, cuando el vicio le apretó, asomó la cabeza desde su tumba, con tan buena suerte para ella que justo pasaba un hombre al que le susurró con timbre barítono: «¿Me das fuego?». «O lume prendeulle no cu a el», se reía mi abuelo, solo de imaginar a aquel tipo corriendo muerto de miedo.

Vicente Vázquez, El Perchas, en la cafetería Manhattan
Vicente Vázquez, El Perchas, en la cafetería Manhattan

La historia de la Zamorana no hay que ponerla en duda, como todo ese imaginario real que en forma de personajes ha dado esta ciudad. La de veces que habré oído eso de «parece Manolita la del Relleno» sin que el tiempo me haya dado la posibilidad de cruzarme con ella. Manolita se quedó en la memoria que es muy viva y los que la recuerdan saben bien que su imagen hoy sería más propia de una otaku japonesa, llena de lazos, por mucha edad que cumpliese. Ella no tiene una estatua, pero su historia ha pervivido como la de tantos otros que los coruñeses hemos conocido de algún u otro modo. Alguien cercano me recuerda a «Clemente el de la bicicleta», cuya habilidad subido a las dos ruedas era tal que pasaba conduciendo, como un funambulista, entre el estrechísimo bordillo que queda entre los noráis del puerto y el mar. Que se sepa Clemente no se cayó nunca al agua, pero seguro que paró alguna vez en el quiosco de «la mona de Casal», o mejor, de Casal y su mona. Una tití cautiva a una cadena que asaltaba a los niños que le hacían travesuras y que sobre todo se atrevían a comer aquellos caramelos «orinados». Quién que sobrepase los 30 no recuerda también a nuestro Jesucristo coruñés, trajeado y de corbata, que se entregaba con devoción al saludo amablemente por la calle Real. O a El Perchas, refinadísimo en sus estilismos monocolor en tonos claros, con las botas de tacón a juego, impecable hasta la exageración, con su cigarrillo en la mano. Cruzárselo antes de entrar en el Manhattan era toda una fortuna que abría la magia de la distinción, y por supuesto daba otro sentir al paseo.

Hay muchas, muchísimas más figuras reconocidas que de esquina a esquina han conformado un peculiar ambiente en toda la ciudad, jugosa en apostar por las celebrities populares. Hoy, cómo no, siguen caminando con encanto por el mismo suelo. Y no son fantasmas. La Zamorana, ya lo ven, puede asomarse cuando menos lo esperemos a pedirnos fuego.