Cuando Katanga atacaba Corea

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Imagen de archivo en el que un grupo de jóvenes se pelean a puñetazos en la calle Juan Canalejo.
Imagen de archivo en el que un grupo de jóvenes se pelean a puñetazos en la calle Juan Canalejo.

Veteranos policías y protagonistas de las disputas entre bandas de distintos barrios o colegios en los ochenta sostienen que las peleas de ahora son muchas menos y sin tanta violencia

25 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La pelea entre varios chicos la semana pasada en el puerto y que terminó con uno de ellos braceando en el mar no hubiese salido en los periódicos de los setenta y ochenta porque entonces no era noticia que dos bandas de jóvenes midieran sus diferencias en la calle. Pegarse a puñetazo limpio con los chicos del colegio de al lado era tan habitual en la ciudad como retratarse a lomos del caballo de Foto Paco. Hoy ya no. Hoy sí que es noticia una riña juvenil porque, pese a que no son tan violentas como antes, «hay muchas menos». Lo dice un veterano policía nacional y lo respaldan varios testigos y protagonistas de aquellas contiendas.

Pese a todo, los enfrentamientos entre chavales de distintos barrios o colegios de la ciudad existen desde que el mundo es mundo, desde el hombre del Neolítico al de la taberna del puerto; del chico de alta cuna al novio de la muerte. Por cualquier motivo, sea este de faldas, por un mal gesto o porque el viento soplaba del norte. Pero ya no son lo que eran. «Lo de ahora es una broma. Lo de antes sí que eran broncas», cuando los de Katanga (coruñeses residentes en las casas de Franco) bajaban jabatos hacia Corea (vecinos de Labañou) para liarse a golpes. Semana sí, semana también. O cuando las verbenas de Palavea, la Gaiteira o de los Mallos terminaban salpicadas en sangre. A veces por un lío de faldas, otras por una mala mirada y casi siempre porque sí. Protagonistas de aquellas peleas de los setenta, ochenta y noventa cuentan hoy que las refriegas entre bandas ya no son lo que eran, cuando la rivalidad entre barrios o colegios de la ciudad eran a cara de perro, se producían batallas campales todas las semanas y con mucha más violencia.

«Siempre había heridos, en todas las pandillas había chicos con la cara marcada porque en aquellas peleas se usaban todo tipo de armas. Menos pistolas, había de todo», recuerda Manuel Lema, uno de aquellos chicos de Labañou que hoy tiene 52 años y una cicatriz en el abdomen de un navajazo que le dio un chico de Monelos con el que con los años terminó tomando los vinos después del trabajo.

Añade que las pandillas de los barrios las solían formar entre 10 y 20 chavales y que pegarse «era un juego». En todas las calles siempre había uno que se levantaba todos los días con ganas de jaleo y arengaba al resto porque el resto era fácil de convencer. Cuenta que «a veces estabas en la calle aburrido y decía uno: Oye, vamos a darles a los de la Sagrada Familia. Y allá íbamos». Gelucho, ayer y hoy una institución en Monelos, recuerda que a veces se citaban en un lugar para «arrearse de lo lindo» y otras veces «montábamos emboscadas».

Durante los años setenta, cuando los grandes crímenes urbanísticos dejaron mutilado el mapa de la ciudad, surgieron nuevos barrios. La convivencia entre ellos tenía mucho que ver con aquella copla antigua: «Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me muero...». Echemos un ojo a cada uno de esos barrios.

Katanga (Casas de Franco). Este barrio fronterizo entre la ronda de Outeiro y el Ventorrillo nació en 1966, cuando el Estado levantó una serie de viviendas llamadas «baratas» a múltiples familias procedentes del entorno rural, especialmente de la comarca de Bergantiños. Había entonces guerra en Katanga, en el antiguo Zaire, cuando se empezaron a poblar aquellas viviendas. Era un barrio peligroso, y la imaginación callejera lo bautizó como Katanga, hoy una provincia de la República Democrática del Congo. Decir que eras de Katanga causaba temblores. De ahí salieron buenos muchachos que terminaron muy mal. Famosos fueron los gemelos de Katanga, dos hermanos que a finales de los setenta las hacían de todos los colores. También nació ahí un coruñés que ha llegado a sentir tras su nuca el aliento de un centenar de GEOS. Se trata de Xosé Tarrío (1968-2005), un activista político -anarquista, libertario y anticarcelario-. En 1987 entró en prisión para cumplir una pena de 2 años, 4 meses y un día, por un pequeño robo que realizó para mantener su adicción a las drogas, y no la abandonó hasta que le llegó la hora de su muerte. Esos dos años y medio se convirtieron en 71 años de penas firmes y más de un centenar de años solicitados además de pasar a ser catalogado como preso FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento). Tarrío, antes de mudar su vida a prisión, participó junto a vecinos de su edad en múltiples peleas, especialmente contra jóvenes de Labañou, sus principales rivales. Los de Katanga eran los amos y señores de todo el Agra del Orzán. Sin duda fueron los más temidos. Fernando Lago (Mao) era uno de ellos, otro de esos jóvenes que pasó media vida entre rejas. Contaba que a veces «con decir que eras de Katanga, no hacía falta más, te entregaban el dinero o las llaves del coche».

De aquello no queda absolutamente nada. Hoy, ese barrio es uno de los barrios más seguros de la ciudad y la gran mayoría de aquellos jóvenes que mantenían a raya la urbe entera son hoy padres de familia que miran atrás con pena por los muchos que se murieron.

Corea (Labañou). Bautizado así porque su nacimiento coincidió con la guerra en el país asiático. Junto a la de Katanga, era la banda más respetada en la ciudad. Sousa nació ahí y ni se acuerda de las veces que se pegó con chicos de otros barrios. «Eran peleas a muerte, sobre todo con los de Katanga o los de Monelos», recuerda. En una de aquellas batallas vio como un amigo perdía un ojo. Y en otra hasta seis fueron apuñalados. «Con 16 años nos peleábamos todos los días. Con quien fuera y por lo que fuera», añade. Pititi era otro de los muchachos de ese barrio conocido en toda la ciudad.

Monelos y barrio de las Flores. El sureste de la ciudad estaba en manos de los chicos de esas zonas. Entrar en Monelos no siendo de Monelos «era una temeridad», recuerda uno de sus viejos vecinos. «Éramos como los Estados Unidos. Las guerras las hacíamos en otros barrios, nunca nadie venía al nuestro a pelearse salvo en algunas verbenas. Solo los problemas entre nosotros los solucionábamos aquí», relata Chancletas, palabra de Dios en el barrio de las Flores.

Los diablos rojos (A Gaiteira). La proximidad a Monelos no les hacía ser amigos. Pero tampoco enemigos. «Muchos coincidíamos en el colegio y eso evitaba peleas entre nosotros, pues al final casi todos nos conocíamos y nuestros padres tomaban vinos juntos», recuerda Pichón, hoy un hombre maduro del barrio. Se distinguían por una línea roja en el cuello.

Los dinamitas (los Mallos). Usaban el amarillo como bandera y sus rivales más directos eran los de la Sagrada Familia (La Safa), otros de los más temidos y formados por muchos chicos de etnia gitana. De ahí eran Cantinflas o la Bisonte, nada menos. También Picholo. Cuentan que su campo de batalla preferido eran las inmediaciones de las discotecas. Tanto para atracar como para pelearse.

Elviña. También muy nutrido por chavales de etnia gitana, este barrio era distinto al resto por su gran extensión, lo que causaba que no existiera una sola banda, sino varias.

Monte Alto. Existía mucho antes que el resto de los barrios, pero en aquella época no eran de los más peligrosos. Su peligrosidad fue aumentando a medida que los demás se fueron amansando. Famoso por peleas, muchas de ellas sin motivo, fueron las protagonizadas por Jonathan, hoy preso por decenas de delitos, casi todos ellos de lesiones.

Colegios. Las bandas juveniles también se formaban en los colegios, no solo en los barrios. Célebres eran las rivalidades entre Franciscanos y Hogar de Santa Margarita. Entre el Liceo y el Dominicos. O los de Maristas contra los de Jesuitas. Todo centro educativo tenía su rival enfrente. Y casi todos los desencuentros se ventilaban en las inmediaciones de las discotecas o en descampados. A mano limpia.