Pintadas con mucha historia. Otro subgénero que puebla las conversaciones de los aficionados coruñeses al misterio es el relacionado con las pintadas. Una de las más conocidas es una que pobló los muros del barrio de los Mallos. «Clemente chivato de Los Mallos», se podía leer por doquier. La imaginación sobre la identidad de Clemente incluso saltó en una ocasión a los medios de comunicación madrileños, que llegaron a señalar la posibilidad de que las pintadas se refiriesen al entrenador de fútbol. Más recientemente, un grupo de Facebook incluso se ha llegado a bautizar con el lema de la pintada como guiño a tiempos pasados. Otra pintada que gozó de cierta celebridad, esta vez en Orillamar, enviaba un mensaje a una misteriosa mujer nunca localizada. «Pelirroja Merchi, cuanto peor está de quien te rodeas más disfrutas». Una de estas pintadas todavía se puede contemplar en el blog del conocido fotógrafo y músico Xoán Piñón, que recuerda como incluso el apelativo de pelirroja Merchi sirvió para designar una calle en la que figuraba la pintada.
Un ovni en la calle Santo Tomás. Otro de los subgéneros que integran las leyendas urbanas de la ciudad serían aquellas relacionadas con el avistamiento de extraterrestres. Uno de los más sorprendentes fue narrado por el especialista en ufología Manuel Carballal, que cuenta una experiencia de dos niños ocurrida en 1969 en la calle Santo Tomás, en el barrio de Monte Alto. Allí, dos hermanos de cinco y siete años habrían contactado con una nave circular que habría aterrizado en la propia calle. Fueron invitados por dos seres vestidos con monos ajustados para que pasaran al interior de la nave. Posteriormente desembarcaron del artefacto sin que nadie del barrio se hubiera percatado del suceso, debido a que, según el relato de los niños recogido por Carballal, los vecinos habrían quedado inmóviles como si de una imagen congelada de televisión se tratase. Jesús María Reiriz también recoge en Galicia oculta y negra otro avistamiento famoso en la ciudad. El especialista recuerda como el coruñés Gonzalo Rubinos -«persona sin ninguna predisposición hacia el tema», señala Reiriz- presenció en el año 1954 las evoluciones de un brillante aparato volador mientras arreglaba su coche averiado en la carretera de A Coruña-Santiago. También quedó fijado en la enciclopedia fantástica de la ciudad.