Habla cinco lenguas, conoce y enseña Galicia a los visitantes y el alemán a los alumnos de la Escuela de Idiomas
23 feb 2008 . Actualizado a las 02:00 h.Llegó a España con una beca para perfeccionar sus estudios de Latinoamericanística e Hispánicas , que así se llamaba la carrera que cursaba esta alemana de nacimiento. En el mítico 68, en Madrid «no estudié mucho porque enseguida entró la policía en la Universidad, eran tiempos de problemas políticos», recuerda Christiane Müller.
Sin embargo, Mips, que así la llama todo el mundo desde que su madre, de pequeña, la rebautizó con ese apelativo cariñoso, aprendió otras muchas cosas. Por ejemplo, a perfeccionar el castellano, que hablaba por su crianza chilena. Y también conoció en Madrid al que fue su marido, que tenía raíces coruñesas. La vida la trajo por vía matrimonial hasta la ciudad, previo paso por el Sáhara. Y una vez aquí, en el 74, y con dos niños pequeños, se valió de la lengua natal para ganarse el pan. Ese idioma que hablan 100 millones de personas sigue siendo su herramienta de trabajo en un espacio ahora muy diferente: «España ha quemado etapas muy rápido; cuando llegué, la mujer tenía cuatro o cinco hijos, no veías a una en un banco porque hasta aquel momento no podía abrir una cuenta sin su padre o su marido... hoy ha cambiado mucho, sobre todo en los derechos de la mujer... hoy España es una de las sociedades más avanzadas de Europa, tenemos fama de ello».
Vivir todo ese proceso, la transición y algo más, «para mí fue un privilegio, un período apasionante, aunque me perdí después la caída del muro», reflexiona ahora, cuando el paso del tiempo la ha hecho no sentirse extranjera en ningún lugar, si acaso «un poco turista» en el propio Berlín en el que nació, y «bastante coruñesa».
Para llegar hasta aquí, Christiane subió muchos escalones. «Mi primer trabajo aquí fue guía de turismo, en los cruceros». Cada dos semanas llegaban entonces los buques de pasajeros. «Eran rusos», apunta. «A Coruña tiene condiciones óptimas para los cruceros», insiste, sobre todo porque los barcos recalan besando el centro de la ciudad y por «la vidilla de las calles». «Hay que cuidar más el turismo y para eso hay que cuidar más el urbanismo y el paisaje, se han hecho y se hacen auténticas animaladas con el hormigón», opina. De la misma manera que el cambio que más le ha sorprendido en la ciudad es la apertura el mar, el paseo marítimo y el de O Portiño en especial, le llama la atención que se mantenga una barrera entre el puerto y la ciudad o que, siendo Coruña un puerto de cruceros «no se tenga en cuenta antes de hacer ese mamotreto del centro de ocio, esa jaula».
Se conoce todo eso muy bien porque se sacó el título oficial de turismo y sigue ejerciéndolo cuando puede, porque desde el 96, y tras hacerse profesora, sacarse las carreras de Filología Inglesa y Alemana, trabajar once años en Fenosa, haber dado clases en los institutos de Cangas y Curtis... trabaja en la Escuela de Idiomas. «Es un trabajo maravilloso y hay algo que quizá aquí no se aprecie, pero estas instituciones públicas para aprender idiomas son un lujazo, no existen en el resto de Europa, es magnífico y aquí la gente no parece muy consciente de lo valioso de esa oportunidad».
La dificultad del alemán «es un mito». Aunque incluso ella, que además de castellano y alemán habla inglés, francés y gallego «daquela maneira», reconoce que aprender un idioma requiere esfuerzo. «Admiro a la gente que viene a la escuela porque casi siempre lo compatibiliza con el trabajo y la familia», dice, y asegura que nunca ha tenido problemas de disciplina en las aulas «aunque sé que existen». ¿Una crítica constructiva? Echa de menos mayor participación del alumnado. Esa cierta pasividad «es un pequeño lastre de la enseñanza del pasado: el profesor llegaba, soltaba un rollo, el alumno tomaba apuntes y memorizaba; esas cosas no se cambian de un día para otro», opina. Aunque claro, para hacerlo no ve necesario, bien al contrario, las reviravueltas normativas: «Cambiar la ley de la enseñanza cada cuatro años es fatal», recalca. Habla Christine Müller muy claro. De esto y de lo otro y lo de más allá e incluso responde directa ante cuestiones próximas. Ella, que lamenta ese galego -a pesar de todos los certificados- daquela maneira atribuido a la falta de sonidos en el entorno («si me hubiese quedado en Curtis lo hablaría perfectamente»), comprende la discusión con el vecino de todos los días: «El gallego sufrió mucho. Creo que el castellano no necesita defensa; el gallego sí, todavía. Sin imponerlo, por supuesto, porque el uso de un idioma no se puede legislar, que les quede muy claro que no es posible. Pero el gallego y la cultura gallega necesitan promoción a todos los niveles. El castellano ya no, está omnipresente desde hace muchos siglos».