Reportaje | Espacios «libres de humo»
04 feb 2005 . Actualizado a las 06:00 h.?n San Cristóbal hay un estanco. Y ceniceros, muchos ceniceros, a los que no les faltan colillas. Pero no se puede fumar. Está prohibido ción echar un pitillo al aire. Y eso que no falta atmósfera en los andenes para que corra el aire. Alfredo, jubilado, pasa mucho tiempo en la estación. «Soy ex-fumador y de los pesados. No aguanto el olor del tabaco y menos que fumen a mi lado. Lo de que no dejen hacerlo dentro del tren, está bien, pero lo de no fumar aquí, al aire libre, me parece que no tiene mucha razón de ser», opina. «Y eso que soy ex-fumador», vuelve a insistir. Antonio, otro pensionista en tertulia mañanera en los bancos de Renfe, es de los que todavía no se había enterado de que, desde anteayer, en la estación sólo pueden echar humo las locomotoras. Fácil no está a simple vista. Ni un sólo cartel lo anuncia. Salvo si se acude a consultar la parrilla electrónica con las entradas y salidas de los trenes. Entonces sí. En la línea inferior y lentamente, pasa el mensaje: «No está permitido fumar en el recinto de la estación». Coincidencia o no, pero a media mañana de ayer nadie transgredía la norma. Ni tampoco nadie -ni personal de Renfe ni policía de turno- se acercó a advertir a uno de los despistados que entretuvo la espera encendiendo un ducados. El coto vedado a los enganchados al cigarrillo está por todas partes en San Cristóbal. Salvo en la cafetería. Allí, el humo campa más a sus anchas y se apuran muchas caladas. El café, ya se sabe, tira del pitillo, pero incluso en tan distendido ambiente no siempre se relejan las normas. En la cafetería de unos grandes almacenes, la diligencia manda nada más desenfundar el mechero: «Perdone, pero está usted sentado en una mesa de no fumadores», recuerda de inmediato el camarero a un cliente equivocado. Dos metros más allá, y sin ni un biombo de por medio, uno puede fumar en pipa y ahumar a los demás. «La ventilación y el aire acondicionado ayuda a despejar», se excusa otro cliente. Fumador, claro. Disipar malos humos es una cuestión de salud. Y más en el hospital. «Aquí las cosas han cambiado mucho, sobre todo entre la gente de la casa -explica Adoración, trabajadora del Canalejo-, hace años se fumaba hasta en los ascensores». Todavía hay quien recuerda que había médicos que pasaban visita en planta con el pitillo en la mano. Hospital Ahora, el fumador casi se esconde. Busca rincones para dar, deprisa, deprisa, dos tirones de nicotina y machacar el cigarro a la mitad. ¿Pero dónde? El patio de luces, escombrera de colillas, sabe bien donde. «Es que aquí tiene delito fumar -explica una enfermera- sobre todo si vienes de visita un rato. Espera a salir, como cuando vas en el bus. Claro que una vez se lo dije a un chico y me contestó 'yo también estoy enfermo, soy adicto al tabaco'».