El debate de la enzima «Milá-grosa»

CIENCIA

La grosera defensa que Mercedes Milá de la enzima de Hiromi Shinya provocó que, 100 años después de su muerte, Eduard Buchner se removiese en su tumba

09 mar 2017 . Actualizado a las 11:52 h.

En medio de la polémica del último programa de Risto Mejide quiero hoy abordar el espinoso tema de la enzima «Milá-grosa». Y no precisamente porque milagro sea sinónimo de prodigio, sino, más bien, porque la grosera -en todas y cada una de sus acepciones- defensa que Mercedes Milá efectuó, en el programa Chester in love, de la enzima prodigiosa de Hiromi Shinya obró el milagro de que, cien años después de su muerte, Eduard Buchner (1860-1917) se removiese en su tumba.

grosero, ra

1. adj. Dicho de una persona: Carente de educación o de delicadeza. U. t. c. s.

2. adj. Propio o característico de la persona grosera. Costumbres groseras.

3. adj. Dicho de una cosa: De mal gusto. Imágenes groseras.

4. adj. Dicho de una cosa: De escasa calidad o sin refinar. Cerámica grosera.

5. adj. Dicho de una cosa: Que carece de precisión o exactitud. Una medición grosera.

6. adj. Dicho de un error, una adulteración, etc.: Evidente e importante.

Para quien no tenga el gusto de conocerle, Eduard Buchner fue el químico que descubrió, en 1897, la enzima prodigiosa original, entendiendo como tal la primera de las enzimas, a la que bautizó como zimasa. Lo hizo estudiando el proceso de fermentación alcohólica o etílica, que transforma los azucares presentes en las frutas en etanol, con el que obtiene el vino y otras bebidas alcohólicas, y efectuado mediante la adición de fermentos. Hasta 1896 se consideraba que para que esta reacción tuviese lugar, era necesario la presencia de fermentos vivos que la efectuasen (en concreto de levaduras, un tipo de hongos microscópicos unicelulares).

Pero entonces Buchner comprobó que la reacción también se realizaba a partir de un extracto obtenido de las levaduras (en esencia, el jugo extraído de aquellas). Lo que le llevó a intuir la existencia de algún tipo de ente químico o molécula responsable de la reacción. Y por extensión que las reacciones químicas que tenían lugar en los organismos vivos (en sus células) debían ser operados por moléculas de la misma clase, a las que se denominó enzimas, retomando y matizando el término que años atrás había acuñado el también químico alemán Wilhelm Kühne para referirse al proceso de digestión efectuada en el intestino por los jugos pancreáticos.

En concreto, Buchner bautizó a la enzima responsable de la fermentación alcohólica como zimasa. Un logro que le hizo acreedor, en 1907, del premio Nobel de Química «por sus investigaciones bioquímicas y su descubrimiento de la fermentación no celular».

La explicación de Buchner fue finalmente confirmada en 1926 cuando el bioquímico estadounidense, James Sumner, consiguió aislar y cristalizar de forma pura la (primera) enzima ureasa.

De vuelta a nuestra (tele)rrealidad, y dado que, por convención, las enzimas se nombran incorporando el sufijo -asa al tipo de reacción que efectúan (reductasas, catalasas, polimerasas), o bien a la molécula sobre la que actúan (sacarasa, lactasa); tal vez sería mejor hablar, más que de enzima «Milá-grosa», de enzima «Milá-grasa», (i)rresposnable de «atacar» a los, a su juicio, entraditos en grasas. Al respe(c )to, recomendaría a Milá aplicarse el método infantil de lavar la boca con jabón por decir lo que no se debe. O mejor aún, con Fairy, que por algo es el milagro anti-grasa.