El partido que van a dilucidar Lugo y Racing de Santander en el Ángel Carro es más que una final para el equipo cántabro, y la primera para los lucenses para acercarse definitivamente a la salvación. Para Quique Setién, además, la visita del club de sus amores al feudo de su actual equipo (con el que está cosechando una serie indefinida de éxitos en su carrera como técnico, ascenso y consolidación en la nueva categoría incluidos), representa un choque de sentimientos contrapuestos inevitable. Por una parte, su corazón ha de dejar de priorizar los sentimentalismos insalvables de paisanaje y militancia ante un cerebro que le ordena procesar objetivamente las actuales preferencias profesionales. Una dicotomía imposible de asimilar, salvo para los afectados como él.
Desde el punto de vista de las urgencias, el Racing es el más necesitado. Los nueve puntos que le separan de su rival solo comenzarían a aminorarse a partir de una victoria. Ni el empate le sirve para rentabilizar la visita. Lo que no le sucede al Lugo, porque si un triunfo sería un paso casi definitivo para la permanencia, el empate tampoco sería un mal resultado al mantener el colchón de los nueve puntos sobre su rival. La dualidad del empate o la victoria le ofrece a los rojiblancos la posibilidad de salir sin una ansiedad asfixiante. Pero, eso sí, tampoco le exime de relajación y falta de concentración. Todo lo contrario: el equipo se juega en casa una de sus grandes bazas para la salvación. Como la próxima semana frente al Xerez. Dos oportunidades en feudo propio consecutivas y ante rivales directísimos acentúa, por otra parte, la trascendencia de las mismas. De ahí que la afición volverá a tener un protagonismo decisivo en los resultados. Como lo va a tener en la otra salvación, la económica, suscribiendo e impulsando de una vez la compra masiva de acciones. Ya sé que es un momento muy difícil para este país. Pero tampoco se volverá a presentar otra oportunidad parecida. Lugo y su afición tienen la palabra.