Rogita, tras enviudar en Francia, regresó aquella tarde de agosto imposible de olvidar. Coruña lo había hecho más de 25 años antes, tras lograr un indulto e informes favorables. Antonio da Rosa nunca pudo hacerlo: falleció en el subcampo de Gusen el 6 de mayo de 1941, muy poco tiempo después de que fuese localizado, de lejos, por Luis y Antonio, que lo reconocieron por su figura: lo llamaron a voces y sí, era él, demacrado y tuberculoso.
Tuvieron tiempo de cruzar las manos los tres, como despedida, en uno de los momentos más duros del libro, y eso que hay muchísimos. Como cuando uno se libró del crematorio porque la cuenta paró en el número 300 y él era el 302, o cuando se movió de la cola y también escapó así a la muerte.