De la debacle de Chernóbil al horror de la guerra y, ahora, a rehacer su vida en Cee

Marta López CARBALLO / LA VOZ

CEE

Ana García

Catorce refugiados ucranianos han sido acogidos por Xeal en pisos que son propiedad de la empresa. Empleados de la compañía, así como otras instituciones y el Concello, han colaborado en la recepción de estas cinco familias

26 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El telefonillo no funciona del todo bien, así que Nelia nos recibe en el portal del edificio. Subimos con ella, nos invita a pasar a la que desde hace mes y medio es su nueva casa y nos presenta a sus dos hijos, Arsen y Nazar, y a su hermana, Natalia. Entraron a España hace dos meses, pero a Cee llegaron el 12 de mayo junto a otros diez refugiados ucranianos a los que la empresa Xeal proporciona alojamiento y manutención.

Nelia, de treinta años y enfermera de profesión, vivía a cuarenta kilómetros de Chernóbil y habla un poco de español porque cuando era niña participó en uno de los programas de acogida temporal que se pusieron en marcha tras la explosión del reactor nuclear. Cuando su nivel de castellano no alcanza echa mano del traductor, pero es más o menos capaz de mantener una conversación fluida. De hecho, durante nuestra visita charla animadamente con María Couto, la directora corporativa Xeal y una de sus personas de contacto para cuando necesita algo, pero su semblante cambia al explicar los horrores vistos desde febrero.

«Pasamos veinte días en el sótano del Ayuntamiento»

«La guerra llegó a nosotros muy rápido. A las cuatro de la mañana [los soldados] ya estaban en Chernóbil. Me llamaron y me dijeron que ya había tropas de Bielorrusia y que se estaban empezando a librar batallas. Conmoción, nervios, lágrimas, desesperanza... No sabíamos qué hacer», relata la mujer, que solo pudo abandonar la localidad «cuando los soldados se fueron de allí». «Huimos con mis hermanos a un pueblo cercano y pasamos veinte días en el sótano del Ayuntamiento, que ni siquiera estaba preparado para vivir, pues allí no hay refugios antiaéreos. Al principio hacía mucho frío y en cualquier momento nos podíamos ver desbordados. Pasé mucho miedo por los niños y en ese momento solo me acompañaba la oración», continúa relatando Nelia, que logró refugiarse en un pueblo cercano tras huir por uno de los pocos caminos que todavía estaban en pie. «Al final, decidimos irnos porque la alarma antiaérea sonaba todo el tiempo y no paraban de caer misiles», añade.

Se marchó a España con sus dos hijos y con su hermana Natalia, pero atrás quedaron su madre, otros cuatro hermanos, sobrinos y, por supuesto, su esposo. Se emociona al mencionarlo, pero por lo menos puede hablar a menudo con él: «Todos los días hay situaciones inesperadas y, aunque los soldados ya se habían ido, están de nuevo reuniendo una gran cantidad de tropas bielorrusas. En cualquier momento le pueden llamar a filas».

«Aquí estoy tranquila»

Nelia nos enseña su nueva casa, con vistas a la ría de Corcubión: «Aquí estoy tranquila y la gente es muy buena», asegura. Nos lleva a la cocina, nos muestra lo que está preparando e insiste en que lo probemos. Llegaron a Cee sin nada y, ahora, comparten todo lo que tienen. Es un plato de pollo desmenuzado asado con patata y especias. Está muy bueno, sin duda se le da bien cocinar y le encantaría encontrar trabajo en la hostelería para poder valerse por sí misma y proveer para su familia [convalidar su título de enfermera será un proceso largo], pero es consciente de que el idioma sigue siendo un impedimento. Aguarda que las clases de español que recibe varios días a la semana comiencen a dar sus frutos, tanto para ella como para los pequeños, escolarizados en el CEIP Eugenio López. El resto de niños les integraron bien, pero tantas horas en un idioma que no dominan les resulta «agotador», no es para menos.

Alguna familia llegó desde Bucha, zona cero de las atrocidades rusas en Ucrania

Además del núcleo compuesto por Nelia, Natalia y los pequeños Nazar y Arsen, otras cuatro familias llegaron el 12 de mayo a Cee: «Dos madres con dos niñas de 6 y 16 años, otra con una hija de 16 y otra mamá con dos niñas pequeñas y un hijo algo más mayor, de 17 años, que se libró por los pelos de tener que quedarse en el país», explica María Couto, directora corporativa de Xeal. Algunos de ellos llegaron de zonas especialmente asediadas por las tropas, como Járkov o Bucha, localidad considerada hoy en día como la zona cero de las atrocidades rusas y escenario de una masacre de civiles que conmocionó al mundo cuando la ciudad fue liberada. «Quienes vinieron de allí... Ahora no queda nada de lo que ellos conocían», reflexiona María.

Pasado un mes desde su llegada, las familias están bastante integradas y cuentan con la ayuda de María, una mujer rusa que reside en la Costa da Morte y que desde el primer día les echa una mano con el idioma. «Cuando vinieron y vieron que alguien hablaba su idioma recuerdo que [Nelia] se echó a llorar. Les ayuda mucho y a veces paso por aquí y veo su coche aparcado», indica la directiva de Xeal, compañía que además de proporcionarles techo, también les entrega vales de compra para el comercio local.

«Lograr que un niño sonría en estas circunstancias es la mejor recompensa»

La iniciativa de Xeal de darle una segunda vida a unas viviendas antaño ocupadas por trabajadores y acoger en ellas a familias refugiadas de guerra lleva por nombre Proyecto Anida. En él se involucraron diferentes actores sociales, así como más de una veintena de empleados de la fábrica, que colaboraron altruistamente acondicionando las viviendas y haciendo donaciones.

Uno de ellos fue Manuel González, un mazaricán de 35 años que se encargó de la instalación eléctrica. «Ao coñecer isto non podes evitar pensar na túa familia e no duro que sería ter que pasar pola mesma situación», dice. De la misma opinión es Roberto Jesús Rodríguez, que en su caso se ocupó de la albañilería y que cree necesario «involucrarse coa xente que o precisa». Bibiana Leis, que es administrativa en la empresa desde hace 15 años, se encargó de equipar las viviendas con electrodomésticos, mobiliario, utensilios y todo lo necesario para entrar a vivir. «Sin duda volvería a participar en una iniciativa solidaria como esta porque conseguir que un niño sonría en estas circunstancias es la mejor recompensa», reflexiona.

Ana García

Justo Trillo, jefe de planta, se encargó de coordinar los trabajos de rehabilitación de los pisos y se mantiene en contacto estrecho con las familias: «Chegaron coas caras desencaixadas, tristes e con desconfianza, e agora están a integrarse na comunidade e día a día van acercándose ao que supoño sería a ‘‘normalidade'', a unha vida cotiá. Nas miñas últimas visitas estaban sorrindo, interactuando entre eles e organizando actividades», apunta.

Colaboración de múltiples entidades

Mano a mano con Xeal trabajaron otros organismos y entidades, como Cruz Roja, los diferentes centros educativos o el Concello de Cee. A todos ellos, la compañía les extiende un sincero «agradecemento», así como al personal de plantilla que se involucró desde un primer momento.

Desde Servizos Sociais, cuenta la concejala Emilia Trillo, se encargaron de diferentes procedimientos, como la obtención de la tarjeta sanitaria, la tramitación de una tarjeta monedero o la solicitud de ayudas. Además, como la voluntaria de Cruz Roja que les iba a enseñar español no puede incorporarse hasta final de mes, se abordó el tema con el instituto Fernando Blanco y una profesora de la ESO para adultos les da clases. «De feito, o instituto solicitou á consellería impartir Español para estranxeiros o vindeiro curso, pensando precisamente en familias coma estas», explica Emilia, que asegura que «moitísimas persoas voluntarias» se están implicando en ayudar a los refugiados.