La morriña de los niños de Chernóbil: «Las familias gallegas los añoran»

Pablo Varela Varela
Pablo Varela OURENSE / LA VOZ

SOCIEDAD

BRAIS LOUREDA

El proyecto Ledicia Cativa aguarda a una mejora de la situación sanitaria

30 jul 2021 . Actualizado a las 15:35 h.

A mediados de la década de los noventa, una niña rubia de rostro travieso correteaba por las calles del concello ourensano de Maceda. Irina Vasyukova, nacida en Tula (Rusia), fue una de las pequeñas que abrió camino en Galicia para el asentamiento del proyecto Ledicia Cativa, orientado a la acogida de menores afectados por el desastre nuclear de Chernóbil.

Este verano se cumplen 25 años desde que Irina conoció a los que, para ella, son sus padres. Juan Conde y su mujer, Celia, hojean un álbum de fotos que ilustra el bullicio de la localidad durante la temporada estival, cuando los niños que llegaban del Este aparecían poco a poco, en un microbús. «Estaba el pueblo lleno de ellos. Y hay familias que los añoran», dice Celia. Cada uno de los críos guardaba su historia particular: muchos llegaban tras sufrir desventuras de todo tipo en los orfanatos, en ocasiones abandonados a su suerte por sus padres. Y en Galicia, al menos por un tiempo, había quien encontraba su vía de escape.

Juan recuerda a una Irina vivaracha, que aprendió a entenderse con él a base de señas en los comienzos. Si por la noche se cenaba tortilla, Juan agitaba los brazos como una gallina y cacareaba, para hacerle entender que en el menú había huevos. Pasó poco tiempo antes de que Irina comenzase a chapurrear algo de gallego y castellano. Desde entonces ha pasado mucho tiempo, e Irina nunca dejó de regresar, también como monitora. Así, hasta el punto de que ahora, viviendo en Tula y madre de dos criaturas —una de las cuales también conoce Maceda—, mantiene el contacto con su familia gallega por videollamada, el recurso al que se agarran muchos de los matrimonios que acogieron niños de Rusia y Ucrania hasta su mayoría de edad. Esta vía ya se utilizaba antes de la pandemia, pero ahora es la única posibilidad viable, porque con este ya serán dos años en los que el proyecto de Ledicia Cativa echa el freno mientras no se estabiliza la situación sanitaria.

En una punta y otra de Europa, mientras tanto, aflora la morriña. «Tenemos un grupo de WhatsApp y hablamos prácticamente todas las semanas, pero no es lo mismo», explica Juan, que se remonta a los primeros años del proyecto, cuando bastaba algo tan universal como un balón para fomentar la convivencia. En el año 1996, el censo de Maceda era de 3.400 habitantes. Ahora, supera por poco los 2.800. Y los pequeños que llegaban durante los meses de julio y agosto compensaban, en cierta manera, el fenómeno de la despoblación. «Como había bastantes niños, llegábamos al punto de organizar partidos de fútbol entre España y Rusia», cuenta. Y esa semilla de solidaridad, que plantó inicialmente una vecina de Maceda llamada María Fernández, echó raíces en múltiples puntos de Galicia. El objetivo, además de brindar cariño a los recién llegados, era mitigar el impacto que la radiactividad de Chernóbil, que dejó secuelas físicas visibles a muchos de los afectados, pero también dejó fallos en el sistema inmunológico de otros, cicatrices tan dañinas como las primeras.

La pandemia en Rusia

Hace pocos días, Irina se sacó el carné de conducir. Juan y Celia lo celebran alzando sus manos al aire mientras ella, en la pantalla del móvil, sonríe. Juntos, recuperan anécdotas de antaño y también las fotografías del pasado. Un pasado que, para Irina, fue el comienzo de su vida, la vida con la que quiere quedarse. Desde su primer año en Galicia, jamás varió de familia. «¿Que qué son ellos para mí? Mis padres», responde sin dudar. El matrimonio de Maceda le pregunta que cuándo volverán a verse. «Cuando no haya coronavirus», contesta Irina, riendo.

La semana pasada fue citada para recibir la primera dosis de la vacuna Sputnik, de fabricación rusa. En el país, ante el incremento explosivo de casos, el gobierno impuso la vacunación a los trabajadores del sector servicios a mediados de junio. Irina, que estudió la carrera de Turismo, se ilusiona con un posible regreso al noroeste de la Península para conocer las Islas Cíes. «Galicia es un lujo», dice. Porque Irina, casi un cuarto de siglo después de su primer viaje, sigue corriendo entre las casas de Maceda.