Doscientos años del naufragio de la balandra francesa La Societé de Saint Malo

Aquiles Garea / Santiago Llovo

CARBALLO

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Crónica histórica | Los restos del capitán de expedición fueron enterrados en el pequeño arenal de A Mariña y no en el cementerio parroquial

17 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El 23 de septiembre de 1822 naufragó en la costa corcubionesa de San Pedro de Redonda una embarcación de pabellón francés llamada La Societé de Saint Malo. En esos primeros días de otoño reinaba en la zona un fuerte temporal que complicaba la navegación y aún más el fondeo de las embarcaciones que buscaban refugio, como era el caso de la balandra, que venía sufriendo los rigores de sucesivos temporales desde su salida a finales de julio del puerto de Málaga.

La Societé de Saint Malo era una embarcación a vela de un solo palo, desplazaba unas 20 toneladas y pertenecía a la matrícula Saint Malo, en la Bretaña francesa. Su armador era un vecino de Dinard que respondía al nombre de Moran. Al mando del buque en el momento de su naufragio estaba el capitán Pierre Gilbert, vecino de Saint Malo. Formaban parte de la tripulación Robert Letelier, marinero mayor de 20 años, y Joaquín Clotur, muchacho de 14 años. Asimismo, figuraba como capitán de expedición (hombre de confianza designado por el armador para gestionar la mercancía) Scoulant.

A mediados de julio, la embarcación se encontraba surta en el puerto de Málaga, donde fue fletada por el cónsul de Francia en ese puerto, Miranson, para llevar un cargamento de vino, aceite y otros géneros al puerto de Rouen, donde serían entregados a su comprador Lima.

El 25 de julio, tras haber finalizado las tareas de estiba de la carga y estando el buque listo para emprender la navegación, el capitán dio a la vela aprovechando la brisa floja del norte. Se mantuvo en esta situación hasta el 26, en que cambió al oeste sudoeste empeorando las condiciones meteorológicas que se mantuvieron hasta el día 28 y que no les permitieron separarse de la costa de Málaga hasta el 15 de agosto. El 16, el viento roló a sudoeste y comenzaron a navegar en demanda del estrecho de Gibraltar, que rebasaron el 20. Continuaron en esta situación hasta el día 22, en que el viento cambió a Noroeste y Nor-noroeste muy fuerte, lo que le obligó a tomar rizos en las velas y mantenerse a la capa. El 28 se vieron en la necesidad de reparar el paño mayor, que había sufrido desgarros ocasionados por el fuerte viento. Se mantuvo con el mismo cariz hasta el 1 de septiembre, en que perdió un poco de intensidad y continuaron navegando a la capa hasta el día 7. Se levantó, entonces, una brisa bonancible del Nor-noroeste con marejada, que aprovecharon para izar la vela mayor que habían reparado.

Sin embargo, el 12 se formó una fuerte ventolera que le causó de nuevo avería en el velamen, dejándolo inservible cuando se encontraban a la altura de Lisboa, donde intentaron entrar para refugiarse, sin conseguirlo.

Al no poder gobernar el barco decidieron continuar viaje usando únicamente el foque, por entonces el viento había rolado a Sur y la mar iba en aumento. Se mantuvo así durante su tránsito por la costa portuguesa y gallega. A duras penas y a merced del mar y el viento, el día 23 de septiembre, aproximadamente a eso de las tres y media de la mañana, se encontraban cerca de Cabo Fisterra. Descubrieron una ribera blanca que les pareció una playa, a cuyas proximidades consiguieron llegar. Al carecer de gobierno decidieron dar fondo, pero debido a la resaca fueron empujados hacia unas piedras, sobre quedó varada la embarcación y expuesta a los embates del mar, que finalmente acabó destrozándola. Era el pequeño arenal de A Mariña, en San Pedro de Redonda. La tripulación consiguió saltar a tierra, salvo el capitán de expedición Scoulant, que no corrió la misma suerte y desapareció en las revueltas aguas. Días después apareció su cadáver en la misma playa de A Mariña.

Por su partida de defunción, transcrita por el entonces párroco de San Pedro de Redonda, se sabe que su cuerpo apareció a los cinco días del naufragio y que a pesar de manifestar el capitán de la embarcación, Gilbert, que el difunto profesaba la religión católica apostólica y romana, no fue enterrado en sagrado, sino que se sepultó en la misma playa donde fue encontrado.

En octubre del mismo año, los vecinos de Fisterra Josef Rodríguez, Ramón de Rivas, Josef Marcote, Juan Lorenzo y Josef Lorenzo, capitán y marineros del quechemarín San Antonio y Animas, con base en la localidad, fueron encausados por el capitán del puerto de Corcubión por el robo de diversos efectos del naufragio. El material supuestamente sustraído consistía en dos anclas, dos anclotes y diversos utensilios de la maniobra de la balandra. Sin embargo, los encausados manifestaron que solo habían recuperado un ancla, y que la habían trasladado a Fisterra esperando a que amainase un poco el temporal, para llevarla a Corcubión y entregarla al capitán de puerto. No sabe cuál fue el resultado del proceso, pero en todo caso, para poder seguir navegando y al mismo tiempo responder de las posibles consecuencias de sus actos, tuvieron que presentar oportuna fianza.

En días en que se va a cumple el 200 aniversario del naufragio de esta embarcación, sirva esta crónica para recordar una vez más las difíciles condiciones con las que tenían que lidiar los marinos en aquellos tiempos en los que la vida no valía nada, estaba en manos del azar, la codicia de los hombres o el furor de la naturaleza. Y recuerden, si pasean por la playa de A Mariña de Redonda y encuentran unos restos cuya procedencia podría ser humana ya saben a quién pueden corresponder.

En Corcubión y Esteiro, septiembre de 2022.