«Levamos 90 anos sen pechar»

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

ANA GARCÍA

Personas con historia | Antonio Cures Bardanca, gerente de la taberna de Cotelo | El local, el único de hostelería que sigue en activo en la parroquia, fue ultramarinos muchos años. Sigue como estanco y como parada de bus.

25 feb 2021 . Actualizado a las 12:56 h.

Si alguien quiere hacer un viaje en el tiempo, y de paso tomar una taza de blanco de Ribeiro por 40 céntimos, no tiene más que ir a dar a una vuelta taberna Cotelo de Lamas. En plena travesía de la carretera que comunica Baio con Santa Comba y Zas, que en otros tiempos fue concurrida, llena de vida pese a que su trazado era mucho peor, y ahora es una más. La taberna de Cotelo debe su nombre al segundo apellido de José Constantino Lema Cotelo, que era natural de Salto, después fue para Xerne (O Allo, Zas) y finalmente recaló en Lamas, donde se casó con Consuelo. Desde muy niña vivió con ellos su sobrina Sara Antelo Lema, de 81 años, esposa de Antonio Cures Bardanca, de 80, a quien, como a su tío político, todos lo llaman por el segundo apellido: Bardanca para toda la vida.

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Natural de Valenza, en Coristanco, buen carpintero y artesano, conductor de autobús durante 27 años en Autos Facal, y dos más en A Coruña, son miles las personas que asocian, junto a su esposa, al mostrador de la taberna. Que, por cierto, está igual que el primer día, con la misma forma y hasta el mismo mármol en la barra.

¿Y cuál fue el primer día? He ahí el tema. Hoy todo se controla al detalle, pero hace casi un siglo no era así. Por lo hablado con su mujer, echando cálculos, saben que más de 80 años seguro. Cuando Sara llegó, ya llevaba un tiempo funcionando, y había empezado unos metros más abajo, aunque después se cambiaron. De ahí que hablar de nueve decenios no es exagerado en absoluto. Y además, seguidos. «Levamos 90 anos, ou por aí, sen pechar», asegura. Tal vez algún día por necesidad, o circunstancias mayores, o tal vez algún domingo algo de descanso, pero no ha habido vacaciones, ni días libres, ni nada. Trabajo constante y sin parar. Antonio, como buen tabernero, no tiene una historia: tiene miles. Cada día hay alguna, fruto de la conversaciones con los clientes, de los que está orgulloso. «Só imos quedando os vellos polas aldeas, pero aquí vén moita xente nova a beber algo», asegura. Ha lidiado con todo tipo de personas. Un bar es un tratado de psicología. «Teño visto tamén moitas cheas, pero algúns xa entraban así». Eran otros tiempos. La maderas principales son las mismas que hace más de 80 años. Hay botellas a la vista de esa misma época. Televisión de tubo con tapete, aparador con cedés, el tabaco a la vista, botellas de otra época. De los primeros años, sobre todo de coñac. Valdrían un dineral, pero no las vende. Ambiente muy agradable, en todo caso, de los que dará pena que se pierda. «Mentres aguante, aquí sigo», explica Antonio. Un banco-tallo de los de siempre, parecido a esos de matar los cerdos. Espacio suficiente para juntarse varios y hablar un buen rato. «Eu, se non traballo, non sei a onde ir, nin que facer», explica. A veces daba una vuelta por el monten para limpiar y cortar, «coa guitarra», nombre que da a la desbrozadora mecánica. Ya no, por unos problemas de salud. Los clientes entran a cuentagotas, nada que ver los años dorados. Fue ultramarinos, pero «os grandes comen aos pequenos», y dejó de serlo. El estanco aún lo mantiene. La parada de autobús le daba ajetreo diario, pero ahora apenas hay viajeros. Con todo, a las 8.00 de la mañana sigue abriendo, hasta el cierre a las 21.30 horas. Solo para con la siesta, que es sagrada.

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Cuando habla de la carretera, Antonio recuerda con nostalgia los olmos que había a cada lado. En 1967 los cortaron, para ampliar la vía. «Moita pena me deu, eran moi bonitos», dice. Pasó en Lamas y en tantos sitios, antes tener árboles jalonando la vía era lo normal. Los días de feria en Baio también daban mucho movimiento. Cada aspecto que cita es recordar los años que se fueron y ya no volverán, lo mismo que tanta gente. Enumera los últimos entierros de la zona, y es un no parar. La vida sigue, pero no la de todos.

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