Instagram y el fracaso

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

CARBALLO

12 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Me llevé un buen golpe al volver a caer desde mi ego. Era, hasta hace unos días, finalista de un concurso literario y ya tenía preparado el discurso, la sonrisa y la camisa que mejor me ciñe el pectoral para recibir el premio. «Gracias, gracias, sí, ya sé que mi apellido suena a tormenta y a laberinto, gracias…» Pero, ay, no gané, ¡ni podio hice! Y, aunque el relato era flojillo, me esforcé en no culparme. «Todos estos certámenes están amañados», concluí para no asimilar mi enésima derrota del mes. Me cuidé de no ponerlo en Facebook, nadie quiere ser visto como un perdedor aunque en mi caso ya sea tarde.

En los tiempos de Bukowski los fracasos literarios tenían un prestigio, un encanto maldito que confería al autor un aura de tristeza y la tristeza era aún un sentimiento puro, lleno de profundidad y melancolía. Hoy, en la era de Instagram, donde el culto al éxito lo fagocita todo, la tristeza solo es sinónimo de amargura y el fracaso es puro y duro fracaso. Es la ley que impone la red social.

La red social me dice que es un chico magnífico. Mira, ha estado en Roma. ¡Cuántos amigos y likes tiene, debe de ser fantástico! ¡Debe de ser feliz! Y yo suelo hacer caso a lo que me dice la red social… pero al chico lo miro y no me gusta… parece que esconde algo, tanta pose, tanta pantomima. No me gusta, da igual lo que diga la red social, no me gusta. Es más, creo que voy a darle una hostia en esa cara de imbécil que tiene. ¡Toma! Ahora tengo sangre en la mano, hay cristales del espejo por todo el suelo y estoy triste. Pero esto no lo pondré en Instagram.