No se trata de que gane quien más grite

La Voz

CARBALLO

03 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

El oro es asociado desde siempre a la pureza y al valor. Aurum, brillante amanecer. Sin embargo, es el metal precioso que más muertes ha inspirado a lo largo de la historia. Por su causa sucumbieron reyes, subyugaron países, hubo guerras, se orquestaron atentados y provocaron tragedias de todas las clases y dimensiones. No es extraño, pues, que la comarca de Bergantiños se convierta en escenario de disputas a favor y en contra del proyecto minero de Corcoesto, cuyas montañas ya horadaron los romanos hace dos milenios y el inglés Rosewarne en la centuria pasada. En el otro lado de la balanza habría que poner que el oro ha contribuido de forma decisiva al desarrollo de la humanidad, ya que se ha utilizado como instrumento de comercio desde tiempos remotos y durante siglos fue el pilar básico de la economía de los estados. Gracias al rey de los metales se han podido construir universidades, colegios, hospitales, carreteras y vías de tren. Y hasta dicen algunos teóricos de la economía mundial que de haberse mantenido el patrón oro se evitaría el actual fiasco financiero y la ruina generalizada. Y del escenario global, vamos al local: muchos vecinos de la Costa da Morte están sumidos en la duda y no saben qué carta jugar con relación al proyecto minero aurífero de Corcoesto. Está claro que, por una parte, un país o una tierra no debería permitir que se expolien sus recursos naturales de cualquier manera, destrozar una montaña para aprovechar un mineral y cuando se agote el filón dejar el yacimiento como si se hubiese producido una explosión nuclear con daños medioambientales irreversibles. No tendría sentido, si así fuese, permitir una explotación temporal en la que durante unos años habría una actividad desenfrenada y al final, el desierto. Por otra parte, tampoco sería racional impedir que en 270 hogares de la comarca entrasen otras tantas nóminas, que podrían animar a la formación de otras tantas familias en el entorno y evitar el otro desierto, un rural sin vida. Entre un extremo y el otro hay tantos matices en los que, supuestamente, debería haber vida porque nadie puede convertirse en dueño del hambre de los demás. Y ahí están las Administraciones, que son las responsables de dar garantías reales de que el proyecto aurífero o cualquier otro se desarrolla de acuerdo con las normas más exigentes desde el punto de vista medioambiental y de forma segura al 100 % para las personas, la fauna y la flora. Y que las técnicas usadas sean acordes con la sostenibilidad ecológica, social y económica, evitando que los encargados de la vigilancia hagan la vista gorda y que el resultado, con cianuro o sin él, no sea similar al visto estos días en la cantera abandonada de Monte Neme. Item más: un proyecto de estas dimensiones debería ser aprovechado por los poderes públicos para crear un entramado económico e industrial que garantice el desarrollo de este territorio, no solo mientras dure la explotación sino también, y sobre todo, después. No se trata, entonces, de que gane quien más grite.