Herminia Muñiz: «Temos que escoller entre prender a estufa ou levar comida quente á boca»

Álvaro Sevilla Gómez
Álvaro Sevilla RIBEIRA / LA VOZ

RIBEIRA

MARCOS CREO

Lleva una semana duchándose en agua fría: es el ejemplo de lo que se esconde bajo el nombre de pobreza energética

10 feb 2018 . Actualizado a las 14:41 h.

El culín de una bombona de butano. Eso es lo que le queda a Herminia Muñiz Paz (Ribeira, 1962) para enfrentarse a la ola de frío que congela el país. Debe decantarse entre dos opciones: «Temos que escoller entre prender a estufa ou levar comida quente á boca». El tono de su voz, carente de fuerza, refleja como desfallece su voluntad, como sus esperanzas se evaporan día a día. La historia de su vida congela. A cada palabra, el vaho sale de su boca para chocar con el frío que inunda su pequeña casa. «Deuma unha veciña, grazas a ela imos poder cociñar algo», afirma, esbozando una media sonrisa mientras señala la citada bombona de butano.

Herminia ha dejado de creer, lo muestran sus ojos. No engañan. Asegura que carece de prestaciones: «Síntome desprotexida, desamparada. Toda a culpa é do Goberno, as axudas non chegan, agora dinme que teño que esperar ata marzo para poder facer os papeis para a Risga». Confiesa que ya le negaron esta prestación por tener una finca: «Intentei vendela en varias ocasións, pero non me dan nada por ela. Parece que da árbore caída todos queren facer leña. É o único que me queda ao meu nome».

Sin trabajo desde hace meses, asegura que su sustento es la comida que le entregan en Servizos Sociais y Cáritas: «O que nos dan para un mes non chega a nada, aos 15 días xa non queda nada. Como arroz tódolos días, xa me sae polas orellas, pero é o que teño, non podo escoller». Comparte su casa de Fafián con su pareja. Él tampoco logra encontrar trabajo: «Intentou meterse nun obradoiro, pero non o chamaron. Non queremos que nos dean nada, necesitamos gañar o pan con dignidade».

Sin nada ni nadie

No le queda familia a la que pedir ayuda: «Meus pais morreron. Estou eu soa». Para pagar facturas y comprar comida fue vendiendo todo lo que le quedaba. Libros y muebles fueron desapareciendo poco a poco de su casa para ser malvendidos por menos de un cuarto de lo que le valieron. Un armario y una cómoda es lo que le queda de años mejores: «Gañeinos con moito esforzo, pero tiven que desfacerme deles para sobrevivir. O que máis me doeu foron os meus mellores libros, sempre me gustou ler, pero vendinos. Os que me quedan tereinos que usar para facer unha fogueira na casa, a ver se así podemos quentarnos».

Confiesa que no ha sido fácil dar la cara para denunciar su situación. Habló con una decena de personas para que la acompañaran, pero no se atrevieron. Temen que los señalen, que los humillen, que se conviertan en el centro de las mofas. «Tiña que tomar algunha medida porque non podo seguir así. Se isto non cambia, o único que nos queda é o suicidio. Xa o pensei en varias ocasións, pero mentres teña forzas seguiremos loitando. Non queremos matarnos», afirma, acompañada de su pareja y de una vecina, mientras sus ojos se inundan de lágrimas.

«Non estou roubando, pero non nos tratan con dignidade. Os ladróns están mellor ca nós. Eles saen da cárcere con paro», asegura la ribeirense que, cada día que pasa, ve menos opciones para acabar con esta situación: «Non me queda butano, levo unha semana duchándome en auga fría. Fago como podo, lavo un brazo, unha perna... Se me meto enteira conxélome».

El pasado

Trabajos esporádicos limpiando playas y jardines fueron el último sustento de Herminia. Su compañero estuvo empleado durante años, pero desde que pisó el paro no ha logrado levantar cabeza. Este reconoce que «tuve que vender mi motosierra para poder comprar para comer. Todo se ha ido vendiendo. Nadie nos ayuda, se basan en supuestos, pero ya no nos queda nada».

«¿A que están xogando? ¿Cómo poden subir a luz o mes máis frío de todo o ano?»

Herminia Muñiz se apoya en su compañero y en sus vecinas para no sentirse peor. Le echan una mano en lo que pueden, intentan que no esté sola, que sienta que debe seguir hacia adelante. Charo Maneiro es una de ellas. «Ten artrite, reuma. Está enferma e vive cunha pensión mínima», afirma Herminia, que va a buscarla a su casa para que denuncie la situación que ella también está viviendo.

El único dinero que recibe Charo es una prestación de su marido. Confiesa que le queda poca fe en este mundo: «A xente que nos goberna naceu sen corazón. ¿A que xogan? ¿Como poden subir a luz o mes máis frío de todo o ano?». Asegura que con lo que percibe no puede afrontar los gastos de encender los calefactores eléctricos que tiene en su casa. «Ninguén axuda a quen o necesita. Tódolos políticos son iguais. Están aí para trincar, se tiveran que traballar non se pelexarían para manter o posto. O deles é un óso que se roe fácil, se lles custase non veríamos esas pelexas entre eles».

Herminia afirma con la cabeza mientras asegura que «coas penurias que sufrimos seguen subíndonos a luz. ¿Como queren que a poidamos pagar? É imposible, nós xa non temos calefacción eléctrica, pero tampouco poderíamos prendela». La afectada se encuentra en el pasillo de su vivienda. Señala las paredes, las manchas de humedad: «Están así a pesar de que as limpo con lixivia tódalas semanas. Non podemos seguir así máis».

Herminia se despide de su vecina. Quedan para la tarde, Charo volverá a su casa para volver a verla. Sabe que no tendrán estufa, ni comida caliente. Dice que se echarán una manta más por encima, si el frío no remite. No les queda otra opción, mientras este calvario no termine.