De premios literarios

José Vicente Domínguez LATITUD 42°-34?, 8 N

BARBANZA

28 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace algo más de cinco años, allá, en el avanzado Japón, una novela escrita por un ordenador resultó finalista de un premio literario. Por primera vez, los algoritmos de la inteligencia artificial eran capaces de emocionar a los lectores. Y si hacemos caso a lo pronosticado en Los robots, la gran obra de Isaac Asimov, eso sería solo el principio.

Ahora se pueden juntar -y ya se están juntando- diferentes inteligencias humanas y robóticas para escribir novelas. Lo que antes se entendía por actividades que se hacían al alimón (tan solo entre dos), ahora se pueden ampliar a personas en número de tres e, incluso, si fuese necesario, incorporar un robot como animal de compañía. Pero no se alarmen. Los robots, en este caso, solo serían los encargados de secuenciar los pasos lógicos que permiten solucionar un problema.

¿Que un escritor no sabe cómo evitar que los lectores descubran al asesino a mitad del libro? Pues se le pide al robot que secuencie el algoritmo. ¿Que un escritor se estanca y no es capaz de seguir? Pues, si no quiere que intervenga el robot, recurre a su compi yogui, quien a su vez puede pedir ayuda a otro compi y así, entre los tres, hacer posible que salga La bestia y, con un oportuno seudónimo de mujer (¡faltaría más!), les lleve a conseguir el premio Planeta.

Cuando un autor pretende hacer más de lo que su capacidad o intelecto le permite, se dice que suele recurrir a un negro. O sea, una persona no conocida, capaz de escribir de puta madre y suplir al firmante sin que se note demasiado.

Pero cuando una obra es escrita por tres famosillos, con la complicidad de una editorial amiga, nadie sabrá quién es el negro; y siempre cabe la sospecha de pensar que las desgracias de una novia gitana pueden ser responsabilidad del algoritmo de una inteligencia artificial.

Desde el invento de la imprenta, el negocio de los libros busca el impacto editorial. Y si para ello hay que vestirse con faldas de mujer y llamarse Carmen en lugar de Jorge, Agustín o Antonio, porque así lo dice la lógica de los algoritmos matemáticos que miden el éxito, pues se hace. Lo importante es el premio literario, tanto si mola como si no mola.