Ricardo Dávila: Manos del norte que llenan de monumentos el sur

María Xosé Blanco Giráldez
m. x. blanco RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

DANI GESTOSO

Nació en Palmeira, pero tiene buena parte de su obra repartida por la Costa del Sol, donde reside

16 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Viajando en el tiempo, hasta su infancia, Ricardo Dávila ve con nitidez a un niño que moldea pequeñas figuras con el barro que recoge en las corredoiras y a un adolescente que, navaja en mano, trata de darle una segunda vida a los troncos que encuentra por el monte. Aunque entonces no lo sabía, eran los inicios de una dilatada trayectoria artística, más reconocida fuera que en su Barbanza natal, quizás porque el destino lo llevó a establecerse y enamorarse de la Costa del Sol. Hoy son varias las localidades del sur de España que lucen monumentos y esculturas, tanto de piedra como de madera, de este escultor cuyas raíces están en Palmeira.

Fue en una casa de Muíño Vello, en la localidad ribeirense, donde Ricardo Dávila dio sus primeros pasos como artista. Dice que el aburrimiento y la soledad lo llevaron a buscarse una afición: «No había niños en el entorno y fue por ello que en mis paseos solitarios aprovechaba para hacer aquellas pequeñas figuras». Como tantos otros vecinos del lugar, se enroló antes de cumplir la mayoría de edad en un barco, en su caso como ayudante de cocina. Fueron aquellas travesías por medio mundo, con escalas en las principales ciudades europeas, las que alimentaron su pasión por el arte: «Siempre aprovechaba para visitar museos y ver lo que se hacía en la calle».

Formación en A Coruña

Tal era su vocación que, pese a la época que le tocó vivir, la potenció a nivel formativo en una escuela de bellas artes de A Coruña, ciudad en la que puso en marcha su primer taller. Pero el gran movimiento creativo se estaba gestando en las ciudades importantes y Ricardo Dávila se trasladó a Madrid, aunque estuvo poco más de un año: «Me aparecieron trabajos en la Costa del Sol y me establecí en Marbella. Con 25 años ya tenía una buena cartera de clientes y mi obra empezaba a ser conocida y demandada». La ciudad era el paraíso elegido por muchos americanos adinerados para disfrutar de sus vacaciones y el ribeirense encontró en ellos un buen nicho de mercado que supo aprovechar.

Con el paso del tiempo y su nombre grabado en letras mayúsculas en el mundo del arte, Ricardo Dávila decidió establecerse definitivamente en la serranía de Ronda, donde reside actualmente y mantiene activo su taller: «Puedo decir que prácticamente toda mi vida viví de la escultura. Es cierto que en determinados períodos hice otros trabajos e incluso dediqué un tiempo a diseñar muebles, pero nunca me aparté de mi vocación». Y desarrolló esa pasión a través de dos frentes: el creativo y el docente, puesto que no dudó en transmitir su saber a aquellos interesados en seguir sus pasos.

Ahora, con 75 años cumplidos y obras repartidas por medio mundo, Dávila Santos hace un ejercicio de memoria para destacar los que para él fueron sus trabajos más relevantes: «Por volumen, me quedaría con un monumento que hice en homenaje a Cervantes, en el que el escritor está sentado en una mesa con Don Quijote y Sancho Panza. Pesa 12 toneladas y se encuentra en una finca privada de Ronda a la que puede acceder el público». No es, ni mucho menos, la única obra que se le viene a la cabeza de esas que pueden considerarse de gran envergadura: «En el centro de Marbella tengo un monumento a los trabajadores de la construcción y toda una fachada de un edificio decorada con figuras. Y para una iglesia de Ronda hice una imagen de un Cristo, en madera de castaño, de dos metros y medio de alto».

Piedra, madera y raíces

Piedra y madera se reparten el protagonismo en la obra de este gran artista, pero hay un material que, por su singularidad, elevó su prestigio a nivel internacional. Se trata de las raíces del olivo: «Cuando llegué a Andalucía decidí experimentar con este árbol y me gustaron mucho sus raíces, tanto por el color como por la textura». Ahora, en la que él califica como su última etapa creativa, ha dado un giro: «Quizás, porque me faltan las fuerzas, lo que más hago son escultopinturas, es decir, relieves en madera que luego completo con policromía. La particularidad es que uso madera de palés reciclada».

En Barbanza, tierra a la que vuelve prácticamente cada verano, Dávila ha montado alguna que otra exposición, pero también en esta comarca el artista dejará su huella. Durante su última estancia en la zona estuvo trabajando en el modelado en barro de una imagen de Santa Gema para la iglesia de Artes: «Tengo una gran amistad con Manuel Reiriz, el presidente del Centro Recreativo de Artes, y fue él quien me hizo esta petición». La idea es que ahora alguien pase esa escultura a madera.

Incluso es probable que en un futuro próximo le de forma a la imagen de un Cristo resucitado para la iglesia de O Caramiñal. Pero, si como ha ocurrido en el sur de España, fuera reclamado en Barbanza para dejar un legado en forma de monumento, tiene clara la temática: «Haría una gran escultura para reconocer el trabajo de los campesinos».